jueves, 8 de enero de 2009

REAVIVAMIENTO

REAVIVAMIENTO

RECORDAR ES VOLVER A VIVIR


Introducción

-Los mensajes a las siete iglesias de Apocalipsis tienen una aplicación histórica, pero

también una dimensión individual y de carácter local.

El mensaje que estudiaremos en esta ocasión, es el primero de la serie.

-Éfeso: Esta ciudad era, en los días apostólicos, una capital comercial famosa. Era

conocida también por su lealtad a Roma (al imperio) y, además, era un popular

centro religioso en el cual el culto a Artemisa (diosa de la fertilidad) era prioritario y

notorio. A pesar de ello, "curiosamente", el evangelio había sido bien recibido en

ese lugar.


Cristo se identifica

-Leer Ap. 2:1

-Cristo se presenta ante esta iglesia como aquél que "tiene en su mano" a la iglesia,

y como aquél que "anda" en medio de su pueblo.

-Cuando buscamos el significado de estas dos frases, a la luz de otros pasajes

bíblicos, encontramos que esta descripción del Señor nos habla de su cuidado y de

su condescendencia divina, de su deseo de relacionarse con su iglesia y velar por

su destino (léase Jn. 10:28).


El mensaje de Cristo

- "Yo conozco tus obras" (Leer Ap. 2:2)

-"Tu arduo trabajo" (léase Rom. 16:12; 1 Cor. 15:10)

-"Tu paciencia". La palabra paciencia significa, más bien, perseverancia o

persistencia.

-"No soportas a los malos" (leer Mateo 7:15 y Hechos 20:29)

-"Pruebas a los que dicen ser apóstoles"

-Todas estas características, como puede verse claramente, son de carácter positivo.

Sin embargo, Cristo tiene algo más que decir. Notemos: (Leer Ap. 2:4)

-El espíritu de profecía comenta al respecto:

Al principio la iglesia de Éfeso se distinguía por su sencillez y fervor. Los

creyentes trataban seriamente de obedecer cada palabra de Dios y sus vida

revelaban un firme y sincero amor a Cristo. Llenos de amor para con su

redentor, su más alto propósito era ganar almas para -Cristo (HAp 462).

-En efecto, los miembros de la iglesia estaban unidos en sentimiento y acción. El

amor a Cristo era la cadena de oro que los unía. Progresaban en un conocimiento

del Señor cada vez más perfecto, y en sus vidas se revelaba el gozo y la paz de

Cristo. Visitaban a los huérfanos y a las viudas en su aflicción, y se guardaban sin

mancha del mundo, pues comprendían que de no hacerlo, estarían contradiciendo

su profesión y negando a su Redentor.

-Pero, lamentablemente, todo eso fue lo que olvidaron. Y no era que se hubieran ocupado en cosas innecesarias o negativas, sino que se olvidaron de lo más importante: la manera maravillosa en la que habían recibido la verdad.

-En suma, su énfasis se avocó sólo a las doctrinas y a cumplirlas estrictamente.

-Al respecto Cristo dijo en otra ocasión: (Leer Mat. 23:23).


La solución de Cristo

-Recuerda (leer Hebreos 10:32).

-Hay dos clases de recuerdos: positivos y negativos. De los puedes se aprende, pero debemos aprender a manejarlos.

-Ilustración: Los recuerdos que trae a tu mente una fotografía

-Arrepiéntete: Dolor por el pecado; ¡el pecado es separación de Dios!

-Haz las primeras obras: Es correcto y necesario enfrentar a los "Nicolaítas", pero lo más importante es el amor. ¡Recordar es volver a vivir!


Conclusión

-¿Cómo se encuentra tu experiencia cristiana? ¿Es tu vida y su énfasis lo que Dios desea que sean? ¿Hay alguien aquí desanimado? No lo olvidemos: ¡Recordar es volver a vivir!

MOISÉS / SANTUARIO

MOISÉS / SANTUARIO


EN PRESENCIA DE DIOS


Sin duda, una de las experiencias más dramáticas que registra la Biblia fue la que vivió Moisés, el famoso caudillo del antiguo pueblo de Israel, mientras conversaba directamente con Dios en la cumbre del monte Sinaí. Un mes y medio pasó el patriarca separado de su pueblo, en íntimo contacto con el supremo Creador del universo. Allí, Dios le comunicó las leyes y los estatutos que habrían de hacer de Israel un pueblo especial, escogido como ejemplo para las demás naciones.


Pero Moisés estaba sumamente preocupado por la suerte que correrían sus hermanos de raza, que eran rebeldes, duros de cabeza, y dados a la corrupción y a la idolatría; por lo tanto pidió a Dios que le revelara su camino y que se comprometiese a concederle su compañía durante todo el tiempo que él fuera el dirigente del pueblo de Israel. Y luego, se atrevió a formular una petición que ningún ser humano había hecho antes, diciendo: "Te ruego que me muestres tu gloria" (Exodo 33:18).


Si nos detenemos a considerar la situación, no podemos menos que simpatizar con Moisés y su pedido. Desde el día fatídico en que el pecado hizo una separación entre Dios y la raza humana, el hombre se ha sentido dolorosamente solo. Existe un inmenso vacío en su corazón intolerable. Ese vacío existencial, esa soledad cósmica que nos aflige, es capaz de destruirnos si no hallamos un antídoto eficaz contra su mortífero impacto.


Según su carácter y sus inclinaciones, los seres humanos tienen diversas maneras de ahogar los clamores del corazón que languidece lejos de Dios. Unos buscan el halago de los placeres, las aventuras románticas, el impacto del licor o las drogas lícitas e ilícitas. Otros se entregan en manera febril a los negocios, los viajes, la política, o las diversiones.


Pero los recursos humanos calman sólo momentáneamente el hambre del corazón, que no siempre se reconoce como hambre de Dios.


En el caso de Moisés, Dios no lo reprendió por su súplica, ni tampoco la consideró presuntuosa. Al contrario, le dijo bondadosamente lo siguiente: "Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y

tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente con el que seré clemente" (Exodo 33:19). Pero, además, el Señor dijo esto: "No podrás ver mi rostro, porque no me verá hombre, y vivirá" (versículo 20). Sin embargo, en su misericordia, Dios le permitió a Moisés tener una vislumbre de su gloria. Luego de pedirle que subiera nuevamente al monte, le dijo: "He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña; y cuando pase mi gloria, yo te pondré en la hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después apartaré mi mano, y verás mis espaldas; mas no se verá mi rostro" (versículos 21-23).


¡Cuán grande es la bondad de Dios para con sus hijos! La mano que trazó las rutas de los astros, y que formó el mundo con sus montañas, sus llanuras y sus mares, tomó a ese ser hecho del polvo de la tierra y lo protegió en la hendidura de una roca, mientras la gloria de Dios y toda su bondad pasaban delante de él. Con referencia al impacto que tuvo en Moisés esta revelación, dice una autora bien conocida: "Esta experiencia, y sobre todo la promesa de que la divina presencia le ayudaría, fueron para Moisés una garantía de éxito para la obra que tenía delante, y la consideró de mucho más valor que toda la sabiduría de Egipto, o que todas sus proezas como estadista o jefe militar. No hay poder terrenal, ni habilidad, ni ilustración que pueda sustituir la presencia permanente de Dios" (Patriarcas y profetas, pág. 339).


En algún momento futuro, Dios mismo viviría entre los hombres, para llenar con su amor y su poder maravillosos el vacío del alma sedienta de Dios. Pero antes de la llegada del Redentor a esta tierra, los seres humanos podrían gozar de la gracia y el perdón divinos a través de un completísimo sistema de cultos y ceremonias. De ese modo, el mundo entero podría prepararse para recibir al Salvador prometido.


El centro y blanco del culto de Israel era el Mesías prometido, cuya presencia, ministerio y sacrificio sellarían la promesa de salvación que Dios hizo a nuestros primeros padres cuando tuvieron que abandonar el hogar edénico. Tan importante era todo lo relacionado con el culto de Israel, que Dios no dejó ningún detalle librado a la preferencia humana. Las instrucciones que le dio a Moisés lo abarcan todo, desde las dimensiones y proporciones del edificio y su mobiliario, hasta las prendas de vestir que debía usar el sacerdote.


En esto hay una importante lección para nosotros, y es que el proceso de restaurar la relación armoniosa entre Dios y el pecador, no puede jamás originarse en la iniciativa ni en las capacidades humanas. Sólo la obediencia a las instrucciones divinas, vale decir, nuestra dependencia total e incondicional de la voluntad de Dios, puede ser aceptable como base de nuestra salvación.


En el santuario había dos cuartos separados por un cortinado. En el primero, llamado el Lugar Santo, el sacerdote oficiaba todos los días. En el segundo, o Lugar Santísimo, sólo el sumo sacerdote podía entrar, y esto, una sola vez al año. Los muebles no eran muchos. En el primer cuarto había sólo tres: una mesa con doce panes, un candelabro de siete brazos, y un hermoso altar de oro, en el cual todos los días se quemaba incienso. En el Lugar Santísimo había un solo mueble: un arca o caja de madera, completamente recubierta de oro, cuya tapa era también de oro puro. Sobre la tapa se erguían las figuras de dos ángeles de oro,

que enmarcaban el espacio central. Y en ese espacio central resplandecía la misteriosa luz de la gloria divina. Allí moraba Dios en medio de su pueblo.


El proceso de llegar a la presencia de Dios para obtener el perdón de nuestros pecados no es complicado. Dios se revela a nosotros en la grandeza de la sencillez. Por medio de nuestro Señor Jesucristo, cada uno de nosotros tenemos acceso al trono de Dios. Jesús se nos presenta como el Camino, la Verdad y la Vida. El es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. El es nuestro Sacerdote que presenta su propia sangre para lavar nuestras culpas. No necesitamos elaborados rituales ni complejas y misteriosas liturgias. En tiempo de Israel, todo lo que hacía el pecador era traer un animal para sacrificarlo sobre el altar que estaba en el patio del santuario. Primero confesaba sus pecados, y luego la víctima era muerta. Todo lo demás quedaba en manos del sacerdote.


En nuestros días podemos reconciliarnos con Dios de manera aún más sencilla. No necesitamos sacrificar animales, pues ya vino la realidad que esos símbolos anunciaban. Como dice el apóstol San Pablo; "Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (Hebreos 4:14-16).


Cristo, el Salvador de la humanidad, juega un papel múltiple y central en la ejecución del plan divino para salvarnos. Es nuestro sacerdote y también el sacrificio por nuestros pecados. Cuando se presenta delante de Dios para abogar por nosotros, lo hace refiriéndose a su sangre bendita que derramó en la cruz. Son los méritos y la justicia de Cristo lo que le permite a Dios derramar su gracia perdonadora sobre el pecador arrepentido.


Cuando Moisés se encontró con Dios en el monte Sinaí, le pidió al Creador que le mostrase su gloria. En ese ruego se encerraba la necesidad más elemental de la raza humana. Moisés, sin saberlo, habló en nombre de todos nosotros cuando le dijo a Dios: "Te ruego que me muestres tu gloria". En otras palabras, "Señor, necesitamos tu presencia, tu gracia y misericordia. Sin ti estamos condenados a la muerte eterna. Muéstranos tu gloria, revélate a nosotros, no nos dejes nunca..." Y nuestro maravilloso Padre celestial le respondió a Moisés con amor infinito, diciendo: "He aquí un lugar junto a mí, y tú estarás sobre la peña". Pero la respuesta más plena a la oración de Moisés se dilataría unos quince siglos hasta el nacimiento de Jesucristo en un humilde pesebre de Belén. Fue por medio de Cristo como se restableció la plena comunión con el cielo. Gracias a su ministerio, cualquier pecador puede llegar hasta el trono de la gracia y recibir el perdón. San Juan afirma que "la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer" (S. Juan 1:18). Y cuando Felipe le dijo a Jesús, "Muéstranos al Padre", el Señor le respondió: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (S. Juan 14:8, 9).


Cristo es la revelación perfecta del Padre celestial. Si te acercas a él, amigo lector, experimentarás el mismo privilegio de Moisés, que se encontró en un lugar seguro junto a Dios, sobre la peña. Cristo es la Peña, la Roca de los siglos, eterna e inmutable. El te dice hoy: "Al que a mí viene, no le echo fuera... Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que todo aquel que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna" (S. Juan 6:37, 40).

PODEMOS CREER EN SU VENIDA

PODEMOS CREER EN SU VENIDA


Después de años de malos tratos, Armando Valladares era sólo una sombra escuálida y lisiada de lo que había sido. Se lo sentenció a 30 años de prisión por el "crimen" de orar en una iglesia el día de Navidad. Lo sometieron a la tortura, la humillación y el hambre, pero nunca abandonó su fe.


Lo mantenía fiel la promesa que le había hecho a una joven que se llamaba Marta. Se conocieron y se enamoraron cuando él estaba preso. Ella se sentía atraída por la intensa fe de él. Poco después se casaron civilmente en el patio manchado de sangre de la cárcel. A Marta se la obligó a emigrar.


Esta separación fue muy triste, pero Armando se las ingenió para comunicarse con ella. En un pedazo de papel que encontró tirado por allí escribió: "Estaré contigo... Aunque las bayonetas estén en el horizonte o a mis espaldas, no me detendrán".


Armando había decidido que de alguna manera Marta y él formularían sus votos de esponsales ante Dios en una iglesia cristiana. Algún día esa unión sería completa. "Tú siempre estás conmigo" le dijo él.


La promesa que hizo Armando lo sostuvo a través de años de malos tratos que habrían destruido el espíritu de cualquier otro hombre. Y también sostuvo a Marta. Ella se dedicó a trabajar incansablemente para llamar la atención del público hacia la situación de su esposo. Nunca abandonó su esperanza.


Muchas veces nos sentimos tentados a cavilar acerca de la segunda venida de Cristo. ¿Descenderá del cielo realmente para encontrarse con nosotros? ¡Hace tanto tiempo que estamos separados! Un final tan glorioso para la larga y trágica historia de la tierra parece demasiado maravilloso para ser cierto.


Pero hay algo que nos sostiene firmes, algo que mantiene la esperanza viva en nuestros corazones. Se trata de una promesa. El que anhela ante todo disfrutar de una completa relación con su pueblo, prometió volver. Antes de despedirse de sus discípulos les dijo: "No se turbe vuestro corazón... (Juan 14:1-3).


La segunda venida de Jesús es una de las grandes enseñanzas de las Escrituras. Hablan de su regreso unas 2.500 veces. En efecto, mencionan más su segunda venida que la primera. El hecho de que Jesús volverá a esta tierra es tan cierto como que vivió aquí hace dos mil años. Por eso San Pablo pudo proclamar confiadamente que como Cristo "se dio a sí mismo por nosotros", podemos experimentar "la esperanza bienaventurada y la manifestación... de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo" (Tito 2:13).


Hace mucho que Dios prometió que vendría el Mesías, el Libertador, que tomaría sobre sí mismo nuestras iniquidades para ofrecer su generoso perdón por los pecados de la humanidad. Esa promesa le parecía inconcebible al mundo antiguo, que luchaba en medio de la oscuridad. Pero Jesús vino y murió en la cruz. La promesa desembocó en una realidad más gloriosa de la que habían imaginado los hebreos. Su promesa de volver a la tierra también se cumplirá. Podemos confiar en el que nos ama: volverá para llevarse a aquellos por los cuales pagó un precio infinito.


Desde el principio, Armando Valladares siguió enviando a Marta sus poemas, mensajes y dibujos. Ella publicó finalmente algunos de esos escritos. Su tenacidad atrajo la atención del mundo. Se le pidió al gobierno de su país que dejara en libertad a los presos que estaban en la cárcel por asuntos de conciencia. El presidente de Francia en ese entonces intervino personalmente, y en octubre de 1982 Armando Valladares descendió de un avión en París.


No creía que estaba libre ni aún después de bajar de la nave aérea. Pero entonces, después de veinte años de sufrimientos, nostalgias y esperas, Armando corrió para estrechar entre sus brazos a su amada Marta. Poco después la feliz pareja repitió sus votos en la iglesia de San Kieran de Miami. Por fin su unión era completa. Por fin se cumplió la promesa: "Estaré contigo".


¿Podemos imaginarnos qué maravillosa reunión habrá cuando finalmente podamos ver a Cristo cara a cara? Su gloriosa aparición hará desaparecer todos nuestros dolores y frustraciones, y eliminará el dolor de nuestros corazones. La venida de Jesús satisfará nuestros más profundos anhelos y nuestras más caras expectativas. Y entraremos en una unión íntima y eterna con el personaje más maravilloso del universo. ¡Jesús vendrá pronto! ¿Anhelamos encontrarnos con él?


¿Cómo vendrá Jesús? Hay quienes creen que el Salvador volverá en secreto. Pero él mismo dijo: "Ya os lo he dicho antes... (S. Mateo 24:25-27). ¡Cómo un relámpago capaz de alumbrar el mundo entero! Su venida no será un acontecimiento secreto.


El Cristo que aparecerá como Rey de reyes es el mismo que sanó a los enfermos, que abrió los ojos de los ciegos, que le habló amorosamente a la mujer sorprendida en adulterio, que enjugó las lágrimas de los afligidos y recibió a los niños en su regazo; es el mismo que murió en la cruz del Calvario, descansó en la tumba y resucitó al tercer día.


El apóstol San Juan declara: "He aquí que viene con las nubes: todo ojo lo verá" (Apocalipsis 1:7). Otro pasaje añade lo siguiente: "Entonces... (S. Mateo 24:30).


Todos los que estén vivos: justos e impíos, verán a Jesús cuando venga. Será, por lejos, muchísimo más espectacular que el descenso del hombre en la luna o la clausura de los Juegos Olímpicos que millones pudieron ver por televisión. La venida de Cristo superará totalmente cualquier otro evento ocurrido en la tierra.


Cuando nos enteramos de que Jesús viene pronto nos asalta una irresistible tentación: averiguar la fecha de su regreso. ¿Disponemos de esa información? ¿Dice algo la Escritura al respecto? Sí; lo siguiente en palabras del mismo Señor: "Pero del... (S. Mateo 24:36, 44).


No solamente no sabemos nada acerca de la fecha de su venida, sino que no debemos intentar fijarla. En el curso de la historia varios intentaron hacerlo sólo para su vergüenza y confusión. Cuando el Señor venga, todos verán y oirán su venida, pero muchísimos no estarán preparados. ¿Estamos nosotros preparados para recibirlo?


¿Qué hará Jesús cuando venga? Las Escrituras también responden esta importante pregunta. "Así también... (Hebreos 9:28).


Quiere decir que Jesús, entre otras cosas, traerá salvación a todos los que lo esperan. Hay otro pasaje que amplía este concepto: "Enviará a... (S. Mateo 24:31).


¿Quiénes serán los que los ángeles reunirán en esa ocasión? ¿Qué portentoso evento predicen las Escrituras para ese momento? "No os asombréis... (S. Juan

5:28, 29).


"El Señor mismo... (1 Tesalonicenses 4:16).


¿Qué ocurrirá con los redimidos cuando Jesús venga? San Pablo nos asegura que Jesús vendrá a buscar, no sólo a los justos muertos, sino a los justos vivos también. "Luego nosotros... (versículo 17).


"Os digo un misterio... (1Corintios 15:51-53).


Cristo nos preparará para la eternidad. Transformará nuestros cuerpos enfermos y llenos de las huellas del pecado en cuerpos hermosos e inmortales. No habrá más artritis, ni parálisis, ni cáncer. Los hospitales y las empresas funerarias desaparecerán.


¿Qué ocurrirá con los que habrán persistido en rechazar a Jesús? En realidad éstos se destruyen a sí mismos. Cuando vean ese rostro glorioso que vendrá desde el cielo hacia ellos, no podrán sobrellevar la carga de sus pecados y su indiferencia, y clamarán a las montañas y a las rocas: "Caed sobre... (Apocalipsis 6:16). Los impíos preferirán la muerte a la penetrante mirada de Jesús. Saben que esa voz de trueno es la misma que antes les imploraba tiernamente que aceptaran su divina gracia. Los que se afanaron tras el dinero, los placeres, o la fama, entonces se darán cuenta de que rechazaron lo único que tiene verdadero valor en la vida.


Armando Valladares le prometió a su novia que algún día se encontrarían y cumplió su promesa. Pero si analizamos fríamente la situación, nos damos cuenta que Armando de ninguna manera estaba en condiciones de cumplir lo que había prometido. Sin la intervención de Dios nada podría haber hecho. Pero Jesús es Dios; es el Todopoderoso. El prometió volver y a su debido tiempo cumplirá su promesa sin la menor duda.


¿Has descubierto tú la esperanza viviente que puede llenar tu corazón? Si aún no lo has hecho, invita ahora a Jesús para que dirija tu vida. La venida de Jesús resolverá todos los problemas del mundo, pero mientras tanto invítalo a entrar en tu corazón a fin de que puedas resolver los problemas de cada día.


¡Hazlo ahora mismo, sin tardar!

UNA VIDA CON PROPÓSITO

UNA VIDA CON PROPÓSITO



Si el descubrir el misterioso origen de la vida ha sido una empresa apasionante a través de las edades, para muchas personas constituye un desafío mayor comprender el sentido y el propósito de la vida. Tan compleja es la trama de la existencia, tan inesperados e inexplicables son los hechos que la forman, que ante ellos --las más de las veces-- quedamos confundidos.


¿Por qué de dos jóvenes que nacieron en una misma época y que se criaron en ambientes semejantes, uno llega a ser una persona de éxito y el otro un fracasado? ¿Por qué de dos parejas que constituyen su hogar en el mismo día y aparentemente con la misma posibilidad de ser felices, sólo una es dichosa, mientras que el segundo matrimonio termina en el fracaso? ¿Por qué a ciertos individuos todo les va bien y a otros, en cambio, todo les va de mal en peor? ¿Cuál es el secreto que algunos tienen para afrontar los problemas sin una sombra de amargura? En resumen, ¿qué es lo que determina el destino del ser humano? ¿Cómo puede el hombre o la mujer encontrar la seguridad y la confianza que necesita para afrontar victoriosamente las tormentas de la vida?


A su modo, el ser humano ha procurado explicar los profundos dilemas de la existencia. Por ejemplo, hay quienes consideran que cada individuo es el árbitro absoluto de su destino; que su éxito o fracaso depende exclusivamente de él. Esta es una verdad a medias; porque por importante que sea el papel del individuo para trazar el rumbo de su vida, hay que reconocer que todo aquel que quiera triunfar en la vida tendrá que depender, necesariamente, de quienes lo rodean.


Como miembros de la familia humana nos necesitamos los unos a los otros. Por más ambiciosa o esforzada que sea una persona, siempre surgirán en su camino algunos factores cuyo control está más allá de su capacidad o de su voluntad. Y esto que decimos no debe ser mal interpretado; sería una exageración considerar que el ser humano es como un títere de los demás o un muñeco manejado por los hilos de las circunstancias.


Lamentablemente existen aquellos que piensan que el hombre no es más que un peón en el gran tablero de la existencia; con tono fatalista proclaman que nada de lo que uno haga o deje de hacer podrá variar el destino que, según ellos, cada persona tiene prefijado. Semejante filosofía, en gran medida está detrás de todos los que dependen del horóscopo, creyendo supersticiosamente que los astros determinan el destino del ser humano. Pocas teorías o actitudes son más opuestas a la dignidad humana y a la fe cristiana que la de la predestinación. De ser cierta esta hipótesis, se llegaría al ridículo de considerar que en ningún caso el ladrón es responsable de su robo, ni el adúltero de su falta, ni el asesino de su crimen. ¿Cómo acusarlos, si es que estaban predestinados para ser lo que son?


La Sagrada Escritura tiene una respuesta mucho más satisfactoria al dilema de la existencia. En forma sencilla nos explica no sólo el origen, sino también el sentido y el propósito de la vida. A la luz de sus enseñanzas resulta muy claro que no somos fruto del acaso. No estamos en este mundo porque sí, a merced de fuerzas ciegas e incontrolables.


El ser humano fue creado por un Dios amante y todopoderoso. Como lo declara el relato del Génesis, el hombre fue hecho a semejanza de Dios y facultado con el noble atributo de escoger su destino. ¿Significa esto que somos los dueños y árbitros soberanos de nuestra vida? No. La grandeza del ser humano deriva del Dios que lo creó. Y tenemos el gran privilegio de depender de aquel que es el origen de la vida, el Creador y Sustentador de todas las cosas.


Cuando por la fe comprendemos que hemos sido creados por Dios, la gratitud y la humildad inundan el corazón. Desaparece la incertidumbre y reina la confianza. Y cuando hay confianza en Dios, entonces la vida es verdadera vida. Aunque sobrevengan pruebas y dificultades y el sufrimiento nos azote, no caeremos en la desesperación. Entonces podremos entender las siguientes palabras del apóstol San Pablo: "A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien" (Romanos 8:28). Notemos, todo ayuda para bien a los que aman a Dios. El cumplimiento de esta promesa requiere una sola condición: que amemos a Dios.


Nada acontece porque sí en la vida del cristiano. Su existencia no es una serie de marchas y contramarchas sin rumbo ni propósito. El Señor del universo, el mismo que dirige el derrotero de las naciones, también gobierna la vida de aquellos que confían en su infinita gracia y misericordia. Nada de lo que nos ocurre pasa inadvertido para él. Dijo el Señor Jesucristo: "¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? Con todo, ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; más valéis vosotros que muchos pajarillos" (S. Lucas 12:6, 7). No debemos dudar, amigo mío, Dios nos ama; él cuida de nosotros; se interesa profundamente en nuestra vida.


La promesa de la Escritura es que para el que ama a Dios, todo redunda en su bienestar. No dice que al cristiano le irá bien en todas las cosas, sino que todas las cosas le ayudarán para bien. Podrá tener, como cualquier otra persona, pruebas y dificultades, y es lógico y hasta justo que así sea. Si la creencia en Dios constituyese un seguro de vida, o una salvaguardia infalible contra todo accidente, desgracia o enfermedad, con todo derecho se podría poner en tela de juicio la sinceridad del creyente. Antes que aceptar a Jesús como un acto de amor y de fe, podría hacerlo por las ventajas que le significaría. Dijo el apóstol San Pablo: "Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hechos 14:22).


No faltarán las pruebas para el seguidor de Cristo, amigo mío. Las tendrá, y serán muy duras algunas veces. Sin embargo, podrá sobrellevarlas con la seguridad de que todo lo que le ocurre es para bien; es para salvación de su alma, es para que al fin de todas las cosas pueda alcanzar el reino de Dios. Cuánta serenidad proporciona saber que cada circunstancia, por ínfima que parezca, cada prueba o desafío que se presente en nuestro camino, es parte de un todo; no se trata de un hecho accidental, sino que responde al eterno y amante propósito divino de salvarnos.


Como seres humanos, no podemos generalmente entender o explicar el porqué de las cosas; contemplamos los hechos a través de sombras, de las penas que afligen nuestra alma. Sin duda, José --el hijo de Jacob--, no entendió la providencia divina cuando fue vendido por sus hermanos y hecho esclavo en Egipto. Pero pasando los años, ya en la cumbre de su poder y siendo el instrumento providencial para que miles de personas --incluyendo su padre y sus hermanos-- no perecieran de hambre, él confesó que lo que había ocurrido en su vida había sido para bien (Génesis 50:20).


Dijo alguien: "Esas lágrimas que como colirio hacen brillar los ojos, purifican el corazón". Sí, Dios tiene propósitos de redención para la vida de cada uno de sus hijos. Y aunque no siempre podemos entender el porqué de las cosas, en virtud de la confianza en Dios debemos seguir adelante, con gozo y ánimo en nuestro corazón. Cuando pase la prueba, tal vez podamos hacer nuestra la siguiente confesión de un soldado: "Yo pedí fuerza para dominar, y fui hecho débil para obedecer; pedí salud para realizar grandes cosas, y me sobrevinieron pruebas para hacer cosas mejores; pedí riquezas para ser feliz, y fui hecho pobre para ser sabio; pedí poder para recibir la alabanza de los hombres, y fui humillado para sentir la necesidad de Dios; pedí todas las cosas para gozar de la vida, y se me dio la vida para gozar de las cosas. Aunque no tengo nada de lo que pedí, recibí todo lo que en verdad anhelaba. Soy un bendito. Mi oración fue respondida".


¡Cuán maravillosa es la experiencia de los que, en medio de las pruebas más difíciles, levantan los ojos al cielo confiados en la sabiduría y en la bondad divinas!


Confiemos en Dios; él tiene un plan de amor para cada uno de sus hijos. La divina ley de la compensación nos enseña que todo aquel que siembra con lágrimas, con regocijo segará. El término de la carrera del cristiano es victoria, es gozo, es gloria

incomparable. Se acerca el instante de la recompensa final para aquellos que han puesto su fe en el Señor Jesucristo. Serán herederos de una tierra nueva, en donde Dios "enjugará toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron" (Apocalipsis 21:4).


Ese es nuestro destino. Estamos llamados a pelear con valor la batalla de esta vida, a fin de alcanzar la vida eterna. Con esta visión en el alma recordemos cada día que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien". Por lo tanto, la gran pregunta es la siguiente: ¿Amamos a Dios? ¿Nos hemos encontrado con aquel que entregó a su único Hijo por nuestra salvación? "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (S. Juan 3:16).


¿Crees en Jesús? ¿Ya le has dado tu corazón como una ofrenda de gratitud? ¿Has aprendido a depender de él como el gran Amigo y Consejero de tu alma?


Que así sea, para que lleno de la fe y el amor de Jesús, puedas afrontar con serenidad y valor el desafío de vivir y, por último, alcanzar la vida eterna.


Este es el mensaje del Señor: "Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo eres llamado, habiendo hecho buena profesión delante de muchos testigos" (1 Timoteo 6:12).


Propónte vivir dignamente y para gloria de Dios.

CÓMO DEJAR DE SUFRIR

CÓMO DEJAR DE SUFRIR


Nuestro mundo está lleno de pesares y sufrimientos. Alguien ha dicho que vivir es sufrir. Otro se ha referido a nuestro mundo como un valle de lágrimas. Aunque estas expresiones nos parecen demasiado pesimistas, admitir que a todos nos ha tocado recorrer más de una vez ese valle lagrimoso no es pesimismo sino realismo. El recién nacido, desprovisto de la comodidad que le proporcionaba su ámbito prenatal, se encuentra, abruptamente, en un mundo frío e inhóspito. Un extraño lo toma por los tobillos y le vira su mundo al revés; luego le propina una buena nalgada que le hace producir su primera expresión vocal: un llanto, el primero, pero nunca el último. Así nacemos... ¡vaya bienvenida al mundo! Un mero anticipo, principio de dolores.


Los noticiosos (cualquiera, dondequiera) hacen crónicas, hasta el hastío, de estos ya tan vulgarizados sufrimientos y dolores con que nos asaltan sin tregua. En primera plana de uno de los diarios de South Bend, Indiana, sede de dos prestigiosas instituciones pedagógicas --la Universidad de Notre Dame y el Colegio de Santa María--, en los Estados Unidos, el 8 de julio de 1997 apareció un artículo sobre una joven de 24 años, llamada Susie Laatz, con una foto de ella, donde se apreciaba su extraordinaria belleza. Su radiante sonrisa parecía revelar una personalidad muy agradable. El artículo comenzaba con una confidencia que Susie le hiciera a una de sus mejores amigas. Le dijo que nunca se había sentido

tan preparada para algo, como para lo que iba a hacer el sábado (5 de julio), es decir, casarse con su prometido, el licenciado Sean Mangan. Pero dejemos que el artículo nos cuente la triste historia:

"La joven de 24 años de edad, rubia y de ojos azules, graduada del Colegio de Santa María, intercambió votos matrimoniales con Mangan esa tarde, en la Capilla del Santo Espíritu, para ella el lugar más sagrado del mundo. Más tarde, sus familiares y amigos se unieron con ellos en celebración.


"Allí se desvanecieron las esperanzas y los sueños de esta joven pareja. Después de saludar alegremente a los amigos y parientes, los recién casados subieron al vehículo del novio, y cruzaron la calle a la Mansión Beiger, una hostería, donde pasarían la noche. Recibieron la llave del cuarto, que estaba en el segundo piso, y se dirigieron a él. Allí, Susie Kahl Mangan, de Glenview, Illinois, que hacía sólo dos años se había graduado de sus estudios universitarios, se desplomó en forma repentina y fatal, cayendo en los brazos de su esposo.


"Sean Mangan, que se había graduado de la Universidad de Notre Dame en 1995, tomó en brazos a su esposa y la llevó al pie de las escaleras donde su primo, un cirujano de Iowa, intentó administrarle resucitación cardiopulmonar.


"El teniente Pascual Rulli, de la policía de Mishawaka, recuerda tristemente que Sean decía no poder sentir ni pulso ni respiración en su esposa.


"Corrió de vuelta al salón de recepción, mientras los paramédicos llevaban apresuradamente a la joven al cercano hospital San José.


"Unas doce horas después de una boda que los asistentes describían como digna de un cuento de hadas, Susie fue declarada muerta.


"Los oficiales de Santa María dijeron el lunes que Susie, que como estudiante se había hecho digna de honores, y había practicado con avidez el deporte de correr, murió porque su corazón, que se había ensanchado, terminó por estallar. Andrea Borgatello, una de las damas de honor de la boda, resumió este trágico suceso en las siguientes palabras: ‘Estaba más feliz que en ningún otro momento de su vida. ¡Esto es lo más horrible que pueda suceder!’"


Seguramente todos tenemos historias tristes y trágicas que contar. Aparentemente, por ahora Dios no nos exime del sufrimiento. Cristo nos advierte: "En el mundo tendréis aflicción". Lo que el cristianismo sí ofrece, es una actitud triunfadora ante el dolor, pues Cristo añade a la declaración anterior las palabras: "...mas confiad, yo he vencido al mundo". No siempre podremos evitar el sufrimiento; lo que sí podemos lograr es conquistarlo.


En esta oportunidad ofrecemos cinco pasos, principios sólidos tomados de la Palabra de Dios, que nos permitirán salir airosos del valle de lágrimas, con la capacidad de mantener un estado mental sano y positivo.


Primer paso: Al hablar con Dios, no esconda sus sentimientos. ¡Expréselos! Dios desea que ventilemos nuestros verdaderos y auténticos sentimientos ante el dolor y la pena, aun cuando nos consuma el rencor o nos embargue el pensamiento de que Dios nos ha abandonado. El no desea que le digamos lo que creemos que él quiere escuchar. ¡No! Podemos comunicarle libremente lo que anida en nuestro corazón.


En Salmos 88 el salmista se queja ante su Dios, de la siguiente manera: "Me has puesto en el hoyo profundo, en tinieblas, en lugares profundos. Sobre mí reposa tu ira y me has afligido con todas tus ondas. . . Has alejado de mí al amigo y al compañero, y a mis conocidos has puesto en tinieblas. . . ¿Por qué, oh Dios, desechas mi alma? ¿Por qué escondes de mí tu rostro?"


El mismo Jesús, mientras colgaba de la cruz cruel, gustando la muerte por todos los hombres, expresó la realidad de su situación con estas palabras: "Señor, Señor, ¿por qué me has desamparado?"


Segundo paso: Aduéñese de su problema. Es muy posible que su dilema, dolor, pena o sufrimiento tenga algún causante, alguien que lo originó, y se siente con todo el derecho de culpar o incriminar a esa persona; usted quiere que el culpable sea confrontado con su injusticia. Pero, muy a menudo, esa "justicia" es un desgaste infructuoso. Esa persona que le ocasionó tanto daño, anda feliz mientras usted vive ensimismado en su amargura.


La realidad es que su problema, su dolor, es precisamente eso: su dolor, su problema. A usted y nadie más le toca coexistir con él. Aduéñese de su problema, de su pena. No se lo pase a otro; es suyo. Otros podrán ayudarle a sobrellevarlo, pero ningún otro ser humano va a desposeerle de su dolorosa carga. Acepte, pues, que su dolor le pertenece, y que sólo usted podrá superarlo.


Ahora estamos listos para dar el tercer paso para dejar de sufrir. Al aceptar que su problema es su propia responsabilidad, tengo para usted las mejores noticias. Otro Ser, infinitamente mayor y más poderoso que usted, se ha adueñado también de su problema. Se trata de alguien que cuenta con todos los recursos del cielo y de la tierra: es Jesús. El dice: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra" (S. Mateo 28:18).


Cristo, "varón de dolores, experimentado en quebrantos", vino a este mundo con el propósito anunciado por el profeta Isaías: "Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. . . mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados... y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:4, 5). Créalo. Autorice a ese Amigo poderoso para hacer lo que él vive --y se desvive-- para hacer. La Palabra de Dios declara: "Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (Hebreos 7:25).


Cuarto paso: Ahora que sabe que al adueñarse de su problema no está solo (pues cuenta con un Socio poderosísimo que se también se adueña de él), usted podrá resistir la inútil e inoperante tentación de permitir que su sufrimiento se adueñe de usted.

Usted es más que su sufrimiento. Es más, y tiene más, que su dolor. Expanda su visión y ponga su sufrimiento en la perspectiva correcta.


Por ejemplo, si usted tiene cáncer, no se vea a sí mismo como "un canceroso". Usted es mucho más: es padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana; es obrero, estudiante, es una persona con responsabilidades que cumplir, consejos que dar, con afectos y simpatías que compartir. Alguien le necesita.


Pasemos al quinto y último paso. Haga todo lo que pueda por mejorar su situación y la de su prójimo. Este paso tiene dos fases, cada una importantísima. El refrán "A Dios rogando y con el mazo dando" a menudo pasa --equivocadamente-- por versículo de la Biblia. Es apócrifo, pero encierra una gran verdad o principio, apoyado por las Sagradas Escrituras y la buena lógica.


La ayuda que Dios nos brinda no pretende eximirnos de hacer nuestra parte; al contrario, nos da el respaldo emocional, Psicológico y espiritual que nos capacita para tomar decisiones acertadas y valientes. Con la ayuda poderosa de Cristo, podemos dejar de perjudicarnos y comenzar a ayudarnos.


Si estamos sufriendo por alguna enfermedad cardiaca, o algún cáncer ha invadido nuestro cuerpo, es mucho lo que podemos hacer para combatir y hasta librarnos de estos males. Se ha comprobado que una dieta vegetariana, baja en consumo de grasa y que evita los alimentos procesados, es tan buena terapia como el más sofisticado y costoso tratamiento. Por otra parte, cualquiera que sea su problema, con seguridad se complicará y empeorará si usted recurre al alcohol u otra droga estupefaciente. Sí, hay siempre algo que podemos hacer para mejorar nuestra situación.


Muchas veces, la mejor forma de salir de la depresión en que caemos a raíz de algún sufrir consiste en ponernos al servicio de otra persona cuya situación sea aún más trágica y dolorosa que la nuestra. Cuando Cristo estaba en la cruz, sus pensamientos a favor del ladrón arrepentido y la actitud perdonadora que adoptó para con los que lo crucificaban permitieron que su mente escapara de la intensidad de su dolor y se enfocara en el propósito redentor de su misión. Ese mismo Jesús nos extiende la misma simpatía y la misma salvación. No rechaces la ayuda que este poderosísimo Amigo te brinda con amor. El no sólo te escucha y te comprende; también tiene poder para sacarte de tu sufrimiento sin esperanza. El te dice hoy: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar". ¿Le abrirás tu corazón?

SEGURIDAD

SEGURIDAD

PAZ INTERIOR

Si pudiésemos preguntar a cada habitante de esta tierra si desea tener paz en su corazón, seguramente millones responderían que ese es su mayor deseo. Hoy resultan insuficientes los esfuerzos de siquiatras, sicólogos y consejeros sociales que tratan de calmar la desazón que sufren infinidad de personas. Tampoco los guías y ministros religiosos alcanzan a completar su delicada tarea de afianzar la fe y la esperanza en los corazones humanos; siempre encuentran más y más individuos aquejados de angustia y ansiedad. La gente vive deprisa, tensa, bajo la constante presión del ruido y la excitación. Aumentan las enfermedades nerviosas y cardiovasculares en forma alarmante. Son tiempos difíciles en los que las ventajas técnicas y científicas no han logrado disminuir las penalidades propias de la lucha por la vida.


Uno de los males más generalizados es la ansiedad: la preocupación casi obsesiva respecto al futuro. El hombre moderno no sólo enfrenta los problemas del presente, sino que en forma escéptica carga sobre sus espaldas la infructuosa inquietud sobre el mañana. Esa actitud, además de robar la paz, socava las energías para seguir adelante. Se relata el caso de una persona que había realizado un extenso viaje y que durante el mismo había recorrido una enorme distancia a pie. Atravesó así ríos, montañas y bosques. Al preguntársele a su regreso qué era lo que más le había molestado de la travesía, contestó: "Los granitos de arena que se metían en mis zapatos". Muchas veces permitimos que la arenilla de la desazón y el pesimismo se filtren en nuestra vida cotidiana, al extremo que resulta muy doloroso el avanzar.


Debemos aligerar nuestra marcha y eliminar aquellas cargas que aplastan nuestro ser y traban nuestro recorrido de la vida. La alegría y la confianza deben entronizarse en nuestro corazón. Para que eso sea una realidad, necesitamos aprender la enseñanza magistral que Jesús impartió en el sermón de la montaña. Al contemplar a la multitud cargada de ansiedades e inquietudes, de incertidumbre y desazón, Jesús les dijo: "Nos os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas

buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán y basta a cada día su propio mal" (S. Mateo 6:31-36).


La lección de confianza y optimismo que se halla en estas palabras es de valor imperecedero. ¿Por qué afanarse? –pregunta Jesús. ¿Qué ganamos con ello? ¿Por qué habremos de correr ansiosamente tras el vestido, el pan y la bebida, olvidándonos que tenemos un Dios en los cielos que vela por nuestro bienestar? El es nuestro Padre eterno que conoce el fin desde el principio y, por lo tanto, tenemos el privilegio de depositar nuestras vidas en sus manos.


Además de la ansiedad, hay otro mal, otra dolencia que opaca la vida y socava la paz del corazón: es el sentimiento de culpabilidad que taladra la conciencia de muchísimas personas. Podemos afirmar que la mayor parte de nuestros sufrimientos y sinsabores no provienen del exterior, sino que se originan dentro de nosotros mismos. Lo reconozcamos o no, uno de los anhelos más arraigados es disfrutar de una conciencia tranquila, de más valor que los bienes materiales. Por eso, cuando nos dejamos enlodar por los vicios, por palabras o actos pecaminosos, el alma se siente agobiada y clama por limpieza. A veces, el mal consiste en que dejamos de cumplir con deberes esenciales de caridad y honradez. Y esas faltas, como un puñal, atraviesan nuestro corazón.


Jesucristo, bajo cuya mirada penetrante no pasaba desapercibida la dolorosa angustia que sufre el pecador, dirigió la siguiente invitación: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar" (S. Mateo 11:28). Y con toda autoridad pudo decir: "Mi paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo" (S. Juan 14:27).


Jesús sabe que lo que le quita la paz al corazón es el pecado. También sabe que el ser humano muchas veces trata de apañar sus faltas y de aquietar su conciencia con bullicio, con placer, con vanidad, con recursos humanos que no hacen sino agrandar la desazón interior. Dijo Jesús: "Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna" (S. Juan 4:13, 14).


Sólo Jesús, agua viva y eterna, calma nuestra inquietud y limpia plenamente el corazón. Al término de la Segunda Guerra Mundial, una renombrada institución ofreció la suma de 100.000 dólares a quien formulase el mejor plan de paz. Se presentaron 22.000 proyectos, algunos muy extensos y complejos. El premio lo recibió el autor de una fórmula maravillosa encerrada en las siguientes palabras: "Pruébese a Jesús". No hay otro fuera de Cristo que pueda asegurar el fruto magnífico de la paz. Es necesario comprender que lo que turba el espíritu y quita la paz es la dolencia milenaria del pecado. Donde hay pecado hay intranquilidad y remordimiento. Eso es lo que le ocurrió al rey David quien, en una etapa muy dolorosa de su existencia, abiertamente transgredió los mandatos divinos. Su desazón y su angustia eran inenarrables. Mientras él ocultó ese pecado, su ser entero se iba consumiendo. Como él mismo lo declara en uno de sus salmos, "Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano. Se volvió mi verdor en sequedad de verano" (Salmos 32:3, 4). De pronto, este pecador aplastado por la culpa levantó sus ojos hacia el Unico que podía devolverle la tranquilidad. De lo más profundo de su alma imploró el auxilio de Dios. Profundamente conmovido, exclamó: "Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones. Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí" (Salmos 51:1-3, 7, 10). Este clamor de David revelaba el profundo arrepentimiento de su corazón. Con toda honestidad y franqueza confesó su falta: "Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová y tú perdonaste la maldad de mi pecado" (Salmos 32:5). ¡Qué experiencia maravillosa! De un ser angustiado pasó a ser un hombre perdonado, en cuyo corazón Dios colocó el bendito fruto de la paz.


Poco antes de ascender a los cielos, Jesucristo ofreció una fórmula maravillosa para conservar la paz interior. Dijo el Señor: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (S. Juan 14:1-3). En primer lugar --Jesús dijo--, necesitamos creer en Dios. Creer que es nuestro Padre celestial que dio a su Hijo unigénito para que muriese por nosotros en la cruz del Calvario. Creer que no solamente provee para nuestras necesidades, sino que se compadece de nuestras faltas y debilidades. Esta verdad la comprendió Mahatma Gandhi, el gran líder de la India que, aunque no era cristiano, creía en la paternidad de Dios. Cierto día, siendo niño, hurtó dinero a su padre y compró carne. Al acostarse esa noche no tenía paz en su corazón. Después de horas de agonía, saltó de la cama y no animándose a hablar directamente con su progenitor, escribió su confesión. Fue entonces a la habitación donde él yacía enfermo, y le entregó la nota. A medida que éste leía la confesión de su hijo, las lágrimas le corrían por las mejillas. El rostro triste pero perdonador y lleno de amor de aquel padre reveló una imagen exacta de nuestro Padre celestial, quien está deseoso de perdonar nuestros pecados porque nos ama entrañablemente. "Creed en él --dijo Jesús--, y creed también en mí".


Creer en Jesús es el segundo gran consejo de esta receta sagrada de la paz y la felicidad. "No hay otro nombre bajo el cielo... en que podamos ser salvos" (Hechos 4:12). Necesitamos creer que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado, y que tiene poder para transformar nuestra vida. Creamos en Jesús y creamos en su bendita promesa de que está en los cielos preparando un lugar para nosotros. La convicción de que este mundo no es nuestro hogar, la certeza de que Dios ha reservado para nosotros moradas santas donde no habrá más dolor ni pecado, es una verdad que inspira y estimula.


Tal vez tu corazón esté destrozado, tal vez hayas perdido un ser querido, pero si crees en el mundo del futuro donde no habrá más muerte ni dolor, entonces hasta tus horas más sombrías estarán iluminadas por la bienaventurada esperanza. La creencia en Dios como nuestro Padre y en Jesucristo como nuestro Salvador, la certeza de que el Señor ascendió a los cielos para preparar un lugar para ti y para mí, se completa con la cuarta maravillosa verdad enseñada en la promesa del Señor. Dijo él: "Vendré otra vez y os tomaré a mí mismo".

Sí, Jesucristo volverá a esta tierra. Volverá para que de una vez y para siempre desaparezca el pecado y la guerra de este mundo; volverá para establecer su dilatado y eterno reino de paz. Tú y yo tenemos cuatro poderosas razones para no vivir atribulados: 1)Dios nos ama; 2) Jesucristo nos salva del pecado; 3) en el cielo hay un lugar reservado para nosotros; 4) muy pronto Jesús volverá para llevarnos con él. Que esta múltiple y maravillosa confianza se convierta en una experiencia tan viva y real para ti, que nada ni nadie jamás pueda turbar tu paz interior.

EL REINADO DEL AMOR

EL REINADO DEL AMOR

Como bien se ha dicho, el amor es más que una palabra. Es más que un sentimiento pasajero que arrebata el corazón. Es un principio de conducta que se aplica a la vida cotidiana. Douglas Cooper lo definió así: "Es usar el poder de elegir dado por Dios, para decir o hacer lo que es para el mayor provecho y para el mayor bienestar de otra persona". En una palabra, es el ansia constante y sinceramente sentida de inundar de bien a un semejante. No se trata de un sentimiento etéreo o difuso, sino de un principio de aplicación real y práctica en esta tierra.


El amor se manifiesta de muy diversas formas. Así como un rayo de luz se fragmenta y proyecta en variados colores al pasar a través de un prisma, de igual modo cuando el amor se introduce en la vida se manifiesta de diversas maneras. En el capítulo del amor, el apóstol San Pablo hace la siguiente descripción de este don celestial: "El amor es... (1 Corintios 13:4-8).


En primer término, el apóstol indica que el amor es sufrido; sabe esperar; es paciente. Y dicho atributo o característica del amor es de singular significado en un mundo donde prevalece la impaciencia y la intolerancia. La persona que ama de verdad está dispuesta a pasar por alto las faltas del ser amado. A pesar de las frustraciones, los desaires y la ingratitud de que es objeto, sigue manifestando paciente y perseverantemente su amor. ¿Quién no ha admirado el amor de una madre hacia un hijo descarriado, o bien, el amor de una esposa por el marido indigno? La bondad es un fruto natural del amor. De ahí que una persona amorosa, en el correcto sentido de la palabra, sabe comprender y simpatizar con aquellos que afrontan luchas y dificultades. Siempre busca una interpretación caritativa de las acciones de los demás.


Por otra parte, de acuerdo al pasaje inspirado, "el amor no tiene envidia" hace que uno se goce sinceramente con el éxito ajeno. Disfruta de los triunfos y el bienestar del prójimo como si fueran logrados por uno mismo. Declara además la Escritura que el amor no es jactancioso, no se envanece. Vale decir, que no busca el reconocimiento y la alabanza de los demás. No está ansioso por impresionar a los demás. La persona impulsada por el verdadero amor no hace ostentación de sus méritos y cualidades. No se da tono. Hay quienes parecen obsesionados por el ansia de acrecentar su reputación personal. Procuran atraer la atención sobre sí mismos de un modo u otro, olvidándose que el amor genuino se reviste de modestia y humildad. A propósito, a una jovencita envanecida por unos cumplidos que le habían dirigido, su padre la aconsejó de este modo: "Si lo que elogian es tu juventud, hija mía, a los 16 años la belleza no es mérito en una mujer. Pero si eres bella a los 60, lo serás por obra de tu propio espíritu. Entonces podrás enorgullecerte de tu belleza y ser amada por ella". El amor confiere la belleza duradera, o sea, la del carácter. La de un espíritu resignado, bondadoso y sencillo. El amor no está ansioso por causar una impresión, ni tiene ideas infladas de su propia importancia. ¿Qué significa esto? Tal vez quiere decir que una persona que ama en forma genuina se preocupa tanto de los demás que se olvida de sí misma. No está concentrada en sí misma sino que se da por entero al ser amado. No le preocupa la posición, los títulos, la promoción ni el prestigio, porque se ha dedicado de lleno a la búsqueda de la felicidad y el bienestar de los que viven a su alrededor. Y como dice un escritor: "Los que descubren esta clase de amor son felices. No es que busquen la felicidad, sino que ésta entra por una puerta que ellos no sabían que había quedado abierta. Al olvidarse a sí mismos encuentran el verdadero significado de la vida. Están adornados de lo que podría llamarse un amor modesto, sin pretensiones".


El pasaje bíblico que estamos comentando agrega que el amor "no hace nada indebido", o sea, que no es arrogante ni grosero. ¿Qué quiere decir con esto el apóstol San Pablo? Significa que la persona que ama toma en primer término los intereses del ser amado y que por ningún motivo hará nada que ofenda o rebaje a la otra persona. Se comporta de tal modo que no hiere la sensibilidad del prójimo.


Hermanos, un cristiano genuino es una persona cortés. Y "la esencia de la verdadera cortesía es la consideración a los demás". Si aplicáramos constantemente la regla de oro en el trato con nuestros semejantes, ¡cuán diferente sería la vida, cuánto mejor sería el mundo y cuánto más felices seríamos nosotros mismos! Dice el Espíritu de profecía: "Las pequeñas atenciones y los actos de amor y sacrificio que manan de la piedad tan dulcemente como se difunde la fragancia de una flor, constituyen una gran parte de las bendiciones y felicidades de la vida" (Meditaciones matinales, pág. 133). Así es; la vida se compone de pequeños actos de amor y bondad. Y si los ejercitamos en forma diaria y desinteresada --especialmente en el seno del hogar--, veremos que la existencia se torna realmente hermosa.


El amor "no busca lo suyo". La tendencia natural del ser humano es satisfacer primero el yo, luego el yo, y siempre el yo. Pero impulsado por el amor se produce un cambio fundamental. Se ama a los demás como a uno mismo, o sea, que nuestros semejantes pasan a ocupar el primer lugar en nuestros intereses. "El amor--añade el apóstol--, no se irrita, no guarda rencor". Una persona que ama de verdad, es capaz de soportar las faltas del ser amado y sus imperfecciones sin perder la calma. Los errores de la otra persona y sus palabras exasperantes, todos van a morir a la gran fuente del amor. Esta clase de amor no se complace en enumerar las faltas del prójimo, ni repite los chismes que se dicen acerca de alguien. Es un amor que no se goza con la injusticia, sino que se goza de la verdad. No se solaza en escuchar los errores cometidos por los otros, sino que encuentra placer en las virtudes y cualidades de sus semejantes. Se goza en lo bueno, se goza en la verdad. Dice una leyenda que una multitud se había detenido en el camino en torno a un perro muerto. De diversas formas todos expresaban su repugnancia y molestia por el animal. De pronto se acercó Cristo, quien luego de observar al perro en forma bondadosa, declaró: "Mirad qué dientes blancos tiene". Todo es mejor cuando lo miramos a través del lente del amor.


La descripción que el apóstol San Pablo hace del amor alcanza un tono sublime cuando declara que el amor "todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser". ¡Qué síntesis maravillosa de este atributo que proviene del corazón de Dios y que está destinado a enraizarse en el corazón humano! Aunque nos parezca una meta imposible de alcanzar, el excelentísimo camino del amor es la senda por la cual todos debemos transitar.


¿Cómo es posible amar de verdad en un mundo saturado de egoísmo? ¿Cómo puede ser enternecido nuestro corazón de piedra y transformado en un corazón de carne, del cual fluya el amor como el agua del manantial? Declara el apóstol: "En esto... (1 S. Juan 4:9-11). Aquí está el secreto. Jesucristo vino a este mundo para mostrar el infinito amor de Dios, y lo hizo en una medida inconmensurable, sufriendo por nosotros en la cruz del Calvario para salvarnos del pecado. Y ese su sacrificio, esa su sangre bendita, nos ha comprado para que nosotros vivamos por él y para él. Cuando aceptemos el amor de Cristo, cuando permitamos que él viva en nuestras vidas, entonces reinará el amor, y éste se manifestará constantemente en nuestra manera de actuar. Ya no vive nuestro yo egoísta y pecaminoso. Como dice el apóstol San Pablo: "Ya no vivo... (Gálatas 2:20).

Lo que nos impulsa es el amor de Cristo; eso es lo que nos constriñe en cada una de nuestras palabras y acciones. Queremos vivir de modo que agrademos a aquel que murió y resucitó por nosotros.


Es Cristo quien da la capacidad de amar, convierte nuestros corazones y los llena de gracia y de paz. Pidámosle hoy a Dios que nos ayuda a amar de verdad; que nos enternezca y transforme en cristianos bondadosos y amantes. Esa es la gran necesidad del mundo. Sería inútil conocer todas las profecías, doctrinas y misterios de la Sagrada Escritura y vivir sin amor. El mejor testimonio y prueba de que Dios existe es justamente un cristiano amante y amable, que tanto en el seno de su hogar como en su esfera de trabajo, llene de felicidad la vida de los demás. Si obramos así, seremos felices nosotros mismos, y al final de nuestro recorrido escucharemos estas benditas palabras del Señor Jesús: "Venid... (S. Mateo 25:34).


Amemos cada día. La recompensa que ofrece el Señor es maravillosa. Podremos ver cara a cara a aquel que por amor a nosotros murió y resucitó a fin de darnos vida eterna.