jueves, 8 de enero de 2009

CÓMO DEJAR DE SUFRIR

CÓMO DEJAR DE SUFRIR


Nuestro mundo está lleno de pesares y sufrimientos. Alguien ha dicho que vivir es sufrir. Otro se ha referido a nuestro mundo como un valle de lágrimas. Aunque estas expresiones nos parecen demasiado pesimistas, admitir que a todos nos ha tocado recorrer más de una vez ese valle lagrimoso no es pesimismo sino realismo. El recién nacido, desprovisto de la comodidad que le proporcionaba su ámbito prenatal, se encuentra, abruptamente, en un mundo frío e inhóspito. Un extraño lo toma por los tobillos y le vira su mundo al revés; luego le propina una buena nalgada que le hace producir su primera expresión vocal: un llanto, el primero, pero nunca el último. Así nacemos... ¡vaya bienvenida al mundo! Un mero anticipo, principio de dolores.


Los noticiosos (cualquiera, dondequiera) hacen crónicas, hasta el hastío, de estos ya tan vulgarizados sufrimientos y dolores con que nos asaltan sin tregua. En primera plana de uno de los diarios de South Bend, Indiana, sede de dos prestigiosas instituciones pedagógicas --la Universidad de Notre Dame y el Colegio de Santa María--, en los Estados Unidos, el 8 de julio de 1997 apareció un artículo sobre una joven de 24 años, llamada Susie Laatz, con una foto de ella, donde se apreciaba su extraordinaria belleza. Su radiante sonrisa parecía revelar una personalidad muy agradable. El artículo comenzaba con una confidencia que Susie le hiciera a una de sus mejores amigas. Le dijo que nunca se había sentido

tan preparada para algo, como para lo que iba a hacer el sábado (5 de julio), es decir, casarse con su prometido, el licenciado Sean Mangan. Pero dejemos que el artículo nos cuente la triste historia:

"La joven de 24 años de edad, rubia y de ojos azules, graduada del Colegio de Santa María, intercambió votos matrimoniales con Mangan esa tarde, en la Capilla del Santo Espíritu, para ella el lugar más sagrado del mundo. Más tarde, sus familiares y amigos se unieron con ellos en celebración.


"Allí se desvanecieron las esperanzas y los sueños de esta joven pareja. Después de saludar alegremente a los amigos y parientes, los recién casados subieron al vehículo del novio, y cruzaron la calle a la Mansión Beiger, una hostería, donde pasarían la noche. Recibieron la llave del cuarto, que estaba en el segundo piso, y se dirigieron a él. Allí, Susie Kahl Mangan, de Glenview, Illinois, que hacía sólo dos años se había graduado de sus estudios universitarios, se desplomó en forma repentina y fatal, cayendo en los brazos de su esposo.


"Sean Mangan, que se había graduado de la Universidad de Notre Dame en 1995, tomó en brazos a su esposa y la llevó al pie de las escaleras donde su primo, un cirujano de Iowa, intentó administrarle resucitación cardiopulmonar.


"El teniente Pascual Rulli, de la policía de Mishawaka, recuerda tristemente que Sean decía no poder sentir ni pulso ni respiración en su esposa.


"Corrió de vuelta al salón de recepción, mientras los paramédicos llevaban apresuradamente a la joven al cercano hospital San José.


"Unas doce horas después de una boda que los asistentes describían como digna de un cuento de hadas, Susie fue declarada muerta.


"Los oficiales de Santa María dijeron el lunes que Susie, que como estudiante se había hecho digna de honores, y había practicado con avidez el deporte de correr, murió porque su corazón, que se había ensanchado, terminó por estallar. Andrea Borgatello, una de las damas de honor de la boda, resumió este trágico suceso en las siguientes palabras: ‘Estaba más feliz que en ningún otro momento de su vida. ¡Esto es lo más horrible que pueda suceder!’"


Seguramente todos tenemos historias tristes y trágicas que contar. Aparentemente, por ahora Dios no nos exime del sufrimiento. Cristo nos advierte: "En el mundo tendréis aflicción". Lo que el cristianismo sí ofrece, es una actitud triunfadora ante el dolor, pues Cristo añade a la declaración anterior las palabras: "...mas confiad, yo he vencido al mundo". No siempre podremos evitar el sufrimiento; lo que sí podemos lograr es conquistarlo.


En esta oportunidad ofrecemos cinco pasos, principios sólidos tomados de la Palabra de Dios, que nos permitirán salir airosos del valle de lágrimas, con la capacidad de mantener un estado mental sano y positivo.


Primer paso: Al hablar con Dios, no esconda sus sentimientos. ¡Expréselos! Dios desea que ventilemos nuestros verdaderos y auténticos sentimientos ante el dolor y la pena, aun cuando nos consuma el rencor o nos embargue el pensamiento de que Dios nos ha abandonado. El no desea que le digamos lo que creemos que él quiere escuchar. ¡No! Podemos comunicarle libremente lo que anida en nuestro corazón.


En Salmos 88 el salmista se queja ante su Dios, de la siguiente manera: "Me has puesto en el hoyo profundo, en tinieblas, en lugares profundos. Sobre mí reposa tu ira y me has afligido con todas tus ondas. . . Has alejado de mí al amigo y al compañero, y a mis conocidos has puesto en tinieblas. . . ¿Por qué, oh Dios, desechas mi alma? ¿Por qué escondes de mí tu rostro?"


El mismo Jesús, mientras colgaba de la cruz cruel, gustando la muerte por todos los hombres, expresó la realidad de su situación con estas palabras: "Señor, Señor, ¿por qué me has desamparado?"


Segundo paso: Aduéñese de su problema. Es muy posible que su dilema, dolor, pena o sufrimiento tenga algún causante, alguien que lo originó, y se siente con todo el derecho de culpar o incriminar a esa persona; usted quiere que el culpable sea confrontado con su injusticia. Pero, muy a menudo, esa "justicia" es un desgaste infructuoso. Esa persona que le ocasionó tanto daño, anda feliz mientras usted vive ensimismado en su amargura.


La realidad es que su problema, su dolor, es precisamente eso: su dolor, su problema. A usted y nadie más le toca coexistir con él. Aduéñese de su problema, de su pena. No se lo pase a otro; es suyo. Otros podrán ayudarle a sobrellevarlo, pero ningún otro ser humano va a desposeerle de su dolorosa carga. Acepte, pues, que su dolor le pertenece, y que sólo usted podrá superarlo.


Ahora estamos listos para dar el tercer paso para dejar de sufrir. Al aceptar que su problema es su propia responsabilidad, tengo para usted las mejores noticias. Otro Ser, infinitamente mayor y más poderoso que usted, se ha adueñado también de su problema. Se trata de alguien que cuenta con todos los recursos del cielo y de la tierra: es Jesús. El dice: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra" (S. Mateo 28:18).


Cristo, "varón de dolores, experimentado en quebrantos", vino a este mundo con el propósito anunciado por el profeta Isaías: "Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. . . mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados... y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:4, 5). Créalo. Autorice a ese Amigo poderoso para hacer lo que él vive --y se desvive-- para hacer. La Palabra de Dios declara: "Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (Hebreos 7:25).


Cuarto paso: Ahora que sabe que al adueñarse de su problema no está solo (pues cuenta con un Socio poderosísimo que se también se adueña de él), usted podrá resistir la inútil e inoperante tentación de permitir que su sufrimiento se adueñe de usted.

Usted es más que su sufrimiento. Es más, y tiene más, que su dolor. Expanda su visión y ponga su sufrimiento en la perspectiva correcta.


Por ejemplo, si usted tiene cáncer, no se vea a sí mismo como "un canceroso". Usted es mucho más: es padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana; es obrero, estudiante, es una persona con responsabilidades que cumplir, consejos que dar, con afectos y simpatías que compartir. Alguien le necesita.


Pasemos al quinto y último paso. Haga todo lo que pueda por mejorar su situación y la de su prójimo. Este paso tiene dos fases, cada una importantísima. El refrán "A Dios rogando y con el mazo dando" a menudo pasa --equivocadamente-- por versículo de la Biblia. Es apócrifo, pero encierra una gran verdad o principio, apoyado por las Sagradas Escrituras y la buena lógica.


La ayuda que Dios nos brinda no pretende eximirnos de hacer nuestra parte; al contrario, nos da el respaldo emocional, Psicológico y espiritual que nos capacita para tomar decisiones acertadas y valientes. Con la ayuda poderosa de Cristo, podemos dejar de perjudicarnos y comenzar a ayudarnos.


Si estamos sufriendo por alguna enfermedad cardiaca, o algún cáncer ha invadido nuestro cuerpo, es mucho lo que podemos hacer para combatir y hasta librarnos de estos males. Se ha comprobado que una dieta vegetariana, baja en consumo de grasa y que evita los alimentos procesados, es tan buena terapia como el más sofisticado y costoso tratamiento. Por otra parte, cualquiera que sea su problema, con seguridad se complicará y empeorará si usted recurre al alcohol u otra droga estupefaciente. Sí, hay siempre algo que podemos hacer para mejorar nuestra situación.


Muchas veces, la mejor forma de salir de la depresión en que caemos a raíz de algún sufrir consiste en ponernos al servicio de otra persona cuya situación sea aún más trágica y dolorosa que la nuestra. Cuando Cristo estaba en la cruz, sus pensamientos a favor del ladrón arrepentido y la actitud perdonadora que adoptó para con los que lo crucificaban permitieron que su mente escapara de la intensidad de su dolor y se enfocara en el propósito redentor de su misión. Ese mismo Jesús nos extiende la misma simpatía y la misma salvación. No rechaces la ayuda que este poderosísimo Amigo te brinda con amor. El no sólo te escucha y te comprende; también tiene poder para sacarte de tu sufrimiento sin esperanza. El te dice hoy: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar". ¿Le abrirás tu corazón?

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