jueves, 8 de enero de 2009

Cuando todo sale mal

Cuando todo sale mal
FUENTE: LA VOZ DE LA ESPERANZA
Un ejemplo de que en cada página de la Biblia se respira la atmósfera del amor divino lo hallamos en el Libro de los Salmos. Son cánticos de bendiciones los bellos poemas e himnos que el pueblo de Dios acostumbraba a cantar y leer.

A menudo se destaca en estos cánticos el terna del sufrimiento, la injusticia, la crueldad que se debe soportar. el dolor que todos —cual mas. cual menos-- sentimos. El salmista. que en la mayoría de los casos es el rey David, describe la pena que lo embarga. y dama a Dios en busca de alivio y salvación. La razón de que haya tanta gente de todas las culturas y naciones del inundo, que a través de miles de años han amado el Libro de los Salmos, es que éstos hablan de nuestra vida cotidiana. El dolor y el sufrimiento son la suerte de toda la humanidad: ricos y pobres.

Otra razón por la cual a todos nos gustan especialmente los salmos de David es que al hablar con Dios (en eso consiste la oración) es completamente honesto. David le dice a Dios cosas que a menudo nosotros sentirnos deseos de expresar, pero somos demasiado tímidos para pronunciarlas en palabras. David. sin embargo, no tiene temor de expresar los sentimientos más profundos que hay sepultados en su corazón. Esta es la razón por la que Jesús se sentía tan atraído a los Salmos; los leía porque también los necesitaba.

Del total de salmos, 149 de ellos terminan en una exclamación de gratitud por oraciones respondidas. por victorias, por el gozo que ha seguido al sufrimiento, por la luz del sol que brilla después de la destrucción. Son cánticos de alabanza en amaneceres que siguen a noches de lágrimas. ¡149 de un total de 150 es un porcentaje muy alto!

Pero hay un salmo que se destaca entre los demás, porque terminan con una nota de desesperanza. ¡En sus palabras no se advierten buenas nuevas! No hay un cántico de alabanza que hable de liberación, de oraciones contestadas. No hay ni siquiera una tenue luz que alivie la oscuridad al fin del túnel en el Salmo 88

Concluye con el clamor más doloroso que pueda brotar de un corazón humano: “Has alejado de mí al amigo y al compañero, y mis conocidos están en las tinieblas” (vers. 18). Termina con la palabra y el pensamiento “tinieblas”, y con el dolor del amor rechazado.

¿Por qué el autor de este salino habrá escrito palabras como éstas? Siempre estos cánticos han salido de las sombras a la luz; ¡constantemente exaltan el triunfo sobre la tentación a entregarse a la desesperación! ¡ Siempre terminan con un canto de gozo! Pero en este salmo, el autor parece haberse entregado a esa clase de sentimientos que llevan a tantas personas a cometer suicidio. ¿Por qué’? Es evidente que hay algo que necesitarnos aprender. Veamos:

En el Salmo 88, el autor comienza quejándose de que ha estado orando día y noche, pero parece que Dios no le ha hecho caso alguno: (¿Hemos orado alguna vez, pareciéndonos que Dios no nos escuchaba’?) “Señor, Dios de mi salvación, día y noche clamo a ti. Llegue mi oración a tu presencia, inclina tu oído a mi clamor” (vers. 1, 2).

En otros salmos, siempre que el salmista dice algo así, termina su oración dando gracias a Dios por haberle escuchado y contestado. No así en esta ocasión:

“Soy contado con los que descienden al hoyo, soy como hombre sin fuerza, puesto aparte con los muertos, como los pasados a espada que yacen en el sepulcro, de quienes nadie se acuerda ya, que fueron separados de tu mano” (vers. 4, 5). El cantor de Israel se siente tan mal que piensa estar descendiendo a su tumba, y se considera demasiado joven para morir.

Y la culpa de todo este horror. la hace recaer sobre Dios! “Me has puesto en el hoyo profundo, en tinieblas y honduras” (vers. 6). Si tan sólo fuera el diablo el causante de todo eso, la prueba sería llevadera; en cambio, de alguna manera parece que es Dios mismo quien lo ha hecho blanco de su ira. “Sobre mí reposa tu ira, me has afligido con todas tus ondas” (vers. 7).

Es probable que casi todos hayamos pasado por la experiencia de sentir que nos ahogarnos; el temor de sentir el agua sobre nuestra cabeza y la falta de un lugar donde apoyar nuestros pies. El salmista dice: “IOh Dios, tú me has puesto aquí!” Al parecer, algo ha enojado mucho a Dios: y lo que más duele no es la experiencia física de estar a plinto de ahogarse. sino la emocional, en la cual el poeta se ve privado del amor de alguien. El dolor físico no puede ser tan intenso corno el de perder un amor. El verso siguiente revela que este es precisamente el problema del salmista

“Has alejado de mí a mis conocidos. . . encerrado estoy, y no puedo salir” (vers. 8). ¡Las personas que yo creía mis mejores amigos me han encerrado en la cárcel, me han abandonado! Si un policía de corazón endurecido nos encarcela. podemos soportarlo. Pero si el que nos pone en la prisión es alguien a quien amamos, dime, amigo lector. ¿hay algo que pueda doler más?

Así pues, solo allí en su oscura celda, el salmista ora diciendo: “Mis ojos se han ofuscado a causa de mi aflicción. Señor, cada día te llamo y extiendo a ti mi mano” (vers. 9). Jesús nos dice que debemos extender nuestras manos a nuestro Padre celestial cuando oramos “en secreto”. Encontramos este consejo en S. Mateo 6:3-6: “Cuando tu ores, entra en tu aposento. cierra tu puerta, y ora a tu Padre que está en secreto. Y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público”. Es allí, en secreto, donde extendemos a Dios nuestras manos. Allí es donde derramamos nuestros corazones con lágrimas de aflicción, allí donde nadie más puede ver o escuchar: sólo nuestro Padre celestial. Hay oraciones públicas; otras son privadas, para elevarlas cuando estamos completamente solos. “en secreto”.

El mismo profeta Elías se sintió tan tentado a desanimarse en cierta ocasión, que deseó morir. Pero aun entonces, nuestro Padre no se olvidó de él. Y tampoco se olvidó del salmista que clamaba diciendo: “¿Mostrarás tus maravillas a los muertos?. .. ¿Se hablará de tu amor en la tumba?. . . ¿Serán conocidas en las tinieblas tus maravillas, tu justicia en la tierra del olvido?”

Es necesario que notemos algo importante: ¡El salmista nunca dejó de orar! “Pero yo a ti clamo, Señor. De mañana mi oración llega ante ti” (vers. 13). No importa cuán oscura sea la noche, ¡reanímate y vuelve a orar! Tu Padre celestial quiere que ores constantemente, y que insistas en hacerle tus preguntas: “Señor, ¿por qué me desechas? ¿Por qué escondes de mí tu rostro? (vers. 14). Te sentirás tentado o tentada a dudar de que te escuche, ¡pero él si te oye! Cada “¿por qué?” queda registrado ante su trono, y tendrá su respuesta. Esta es la venturosa lección que debemos aprender: el salmista no dejó de orar, no maldijo a Dios como la esposa de Job le sugirió a ese patriarca que hiciera:
no apostató ni se volvió un amargado. En cambio, se mantuvo aferrado a su fe.

Pero el Salmo 88 refleja lo que tan a menudo sentimos: por eso es importante que lo comprendamos. No podemos ver nada bueno en toda la extensión de nuestras vidas, y es en situaciones así cuando debemos confiar en el Señor en medio de las tinieblas más profundas. Veamos el versículo 15: “Estoy afligido y enfermizo desde mi juventud; me han abrumado tus terrores, y estoy medroso”.

No es de por sí malo sentir que Dios está airado con uno; así se sentía el salmista. “Sobre mí han pasado tus iras, y me oprimen tus espantos” (vers. 17, 18). No vayamos a contarles a nuestros semejantes lo que sentimos. ¡Lo único que eso logra es confundirlos y desanimarlos! Hablemos con nuestro Padre celestial, contémosle todo, como lo hacen los versículos 17 y 18: “Me han rodeado de continuo, como el agua, me han cercado”. La idea central de este Salmo 88 es: ¡No dejes de creer en Dios! ¡No le vuelvas la espalda! Aprende este mensaje precioso: ¡no confíes en tus sentimientos, confía en la Palabra de Dios!.

Viene por fin el verso final, que concluye el salmo con lo que pareciera ser una nota de absoluto desánimo: pero es parte de la Santa Biblia de Dios, es parte de su Palabra: “Has alejado de mí al amigo y al compañero, y mis conocidos están en las tinieblas”.

Es cierto, este salmo dice cosas más dolorosas de Dios que cualquiera de los otros. Su plegaria pertenece a la categoría de las que hacen los que se hallan cerca de la muerte, o del infierno. Con las palabras de su oración, el autor de este salmo ha expresado pensamientos que en muchos corazones bullen bajo la superficie: “Señor. ¡mi divorcio es culpa tuya! ¡Tú volviste a tal o cual persona en mi contra después que me había dicho que me amaba! Y yo creí en esas buenas nuevas. ¡No hay en la vida amargura más difícil de sobrellevar que la que expresan las palabras, traducidas de una versión en inglés: “Me has quitado al ser amado. alejándolo de mí”! (NEB.) Los psiquiatras y consejeros pueden trabajar largas horas tratando de sanar las heridas, pero éstas todavía supuran, años y aun décadas más tarde. “Dios lo hizo, no yo. ¡Parece como si hasta él me odiara!”

Amigo, amiga de La Voz, lee una vez más el Salmo 88: El salmista no está amargado, y tú tampoco necesitas estarlo. No pases por alto el gran consuelo que hay en él. David, cuyos sentimientos el autor de este salmo sin duda refleja. es un tipo de Cristo. quien tuvo que beber la copa del odio de sus amados, más amarga que la que haya gustado ninguno de nosotros. A través de David aprendemos a conocer a nuestro Salvador tal como él es.

No importa cuánto nos esforcemos por presentar una apariencia de que “todo está bien”, bajo la superficie luchamos con los mismos problemas que David debía afrontar. “¿Por qué me has desamparado’?”, preguntamos al pasar por nuestro propio valle de las sombras. Pero cualquiera que sea el dolor que te aflige, el Hijo de Dios lo conoció más íntimamente que tú. Y no es sólo tu Salvador; también es tu Hermano mayor.

En la experiencia de Cristo. su hora de mas amargo dolor del corazón fue el tiempo que pasó en la cruz. “Considerad, pues, a aquel que sufrió tal hostilidad de los pecadores contra sí mismo” (Hebreos 12:3). Su dolor sana tus heridas

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