jueves, 8 de enero de 2009

Ángeles que cantan

Ángeles que cantan

Dr. Frank González
El sábado estaba terminando cuando Luella Crane y sus dos hijos, Mira, de 9 años, y Bob, de 12, salieron a la parte de atrás de su casa para dar gracias a Dios, al aire libre, por el sábado que terminaba. No muy lejos de allí, elevados árboles de haya levantaban sus ramas muy por encima del piso cubierto de musgo y helechos. Ese sería el lugar perfecto para sus devociones —pensó Luella.

Por lo general, el ánimo de ella era bueno, a pesar de haber experimentado abrumadoras pruebas al criar a sus hijitos sola, desde la trágica muerte de su esposo unos años antes. Especialmente esa semana había sido difícil, y se sentía desanimada.

Mientras los tres se dirigían al rincón elegido, los matices dorados del cielo filtrándose entre los árboles, captaron su atención. Luella nunca antes había visto un cielo de un amarillo tan intenso. Los niños lo notaron también y se detuvieron con su madre. admirados por la sorprendente belleza.

Luego. desde las ramas superiores de los árboles, una música llegó hasta ellos. Comenzó suavemente con el sonido de arpas y gradualmente se fue elevando hasta convertirse en toda una orquesta sinfónica. Después se oyeron voces que cantaban, ¡y qué canto!. Luella estaba transfigurada; ¡era la música más bella que había escuchado jamás! Cuando miraron hacia arriba, no vieron a nadie. No era una orquesta humana ni un coro resonando en las ramas más elevadas de los árboles. La niña, de pie entre su madre y su hermano, asustada. comenzó a llorar.

Luella deslizó su brazo sobre el hombro de Mira, y Bob también abrazó a su hermanita. Entonces la madre dijo. “Seguramente son los ángeles que cantan”. No podía ser otra cosa. Mientras escuchaban en asombrada reverencia, les llegaron claramente estas palabras: “Oh, Pastor divino, sé que eres mío: tu búsqueda a través de la noche fue por mí. Este mundo desierto es frío, pero cuan cálido es tu redil. Mi Pastor, yo te seguiré”.

Las últimas notas de oro se desvanecieron en el silencio, mientras caían las sombras. Al regresar a la casa, Lucila fue directamente al piano. Sus dedos volaron sobre el teclado, mientras intentaba recapturar la melodía que acababa de escuchar. La tocó una, otra, y otra vez.

Años más tarde, Herbert Work, compositor y maestro de música, escribió tanto la letra como la melodía de un canto similar al que los ángeles habían cantado aquel sábado de tarde a Lucila y a sus hijos. Entre los muchos cantos que había escrito, a Herbert Work le pareció que éste era el mejor. Sin embargo, para ese entonces nada sabía él de Luella ni de su experiencia.

El me dijo que su inspiración para los himnos pareció venirle siempre cuando se encontraba en los bosques. Y fue detrás del granero en el Colegio de la Unión del Pacífico (Pacific Union College), entre los árboles, cuando le vino la inspiración para este himno, aunque no tan dramática como la que Luella y sus hijos habían experimentado, pero la música y las palabras eran idénticas a la que ella y sus hijos l1abían escuchado anteriormente.

Años antes de esto, una jovencita llamada Elena G. de White, tuvo el privilegio de escuchar a los ángeles cantar. Ella registró lo siguiente de una visión que tuvo en su juventud: “Se me ha mostrado el orden, el perfecto orden en el cielo y he quedado extasiada escuchando la música perfecta de ese lugar. Después de salir de la visión, el canto de aquí me ha parecido muy áspero y discordante. He visto compañías de ángeles ubicados en una plaza baja, cada uno con un arpa de oro... Hay un ángel que siempre conduce, que siempre toca primero el arpa y da la nota, y luego todos se unen en la exquisita y perfecta música del cielo. No puedo describirla. Es una melodía celestial, divina, mientras cada rostro refleja la imagen de Jesús, con un fulgor de gloria inenarrable”.

El rey David declaró: Tú eres un refugio; me guardarás de la angustia y con cánticos de liberación me rodearás” (Salmos 32:7). ¡Y el coro de ángeles de Dios nos trae esos cantos! ¡Cuánto nos ama nuestro Redentor, y qué valor le atribuye a nuestras vidas!

Howard P., de Burnsville, Carolina del Norte, envió a las oficinas de The Voice of Prophecy esta inspiradora historia de ángeles que invita a la reflexión e ilustra la influencia ganadora de almas que tiene la buena música.

Cuando Howard tenía diez años, un sábado de tarde estaba sentado en su iglesia, participando de una reunión organizada por los jóvenes. Los niños más pequeños estaban en la banca del frente, y la mayoría de sus padres sentada en las de atrás. Los niños de la edad de Howard estaban esparcidos en toda la sección media de la nave del templo. Pero esa tarde, en particular, él estaba sentado solo. No había nadie cerca de él ni a la derecha ni a la izquierda, enfrente o atrás, mientras se celebraba el servicio de canto acostumbrado. Pero Howard no cantaba. Como de costumbre, estaba en otro mundo, soñando despierto.

Los padres de Howard tenían mucho cuidado de darle una educación cristiana, que incluía, no sólo la asistencia a la iglesia todas las semanas, sino también a la escuela de iglesia. Sin embargo, Howard todavía no estaba profundamente interesado en las actividades religiosas. Y mientras estaba sentado allí, aquella tarde, ajeno a los cantos de alabanza que lo rodeaban, algo ocurrió que llamó su atención. De repente escuchó un fuerte susurro en su oído izquierdo. ¡Canta!, le ordenó la voz. Howard miró a su derecha y luego a la izquierda, esperando ver a alguien que le hubiera hablado, pero no había nadie cerca de él. Asombrado, hasta miró bajo la banca, sin encontrar a nadie allí tampoco. Sin embargo, el mandato había sido tan fuerte, tan enfático, y tan inesperado, que sabía que no lo había imaginado. Tenía que haber sido un ángel. Un poquito nervioso, Howard decidió que era mejor obedecer, así que comenzó a cantar

Cuatro años más tarde, Howard fue bautizado en la misma iglesia. Pero fue 60 años más tarde cuando compartió su historia. “Ahora disfruto verdaderamente el canto” decía Howard--. especialmente cantos como ¡Oh salvo en la Roca! ‘Cuán grande es él’ (Señor mi Dios). Y no tengo dudas de quién me habló aquella tarde”.

Como un poder para unirnos a Dios y repeler el mal, el canto cristiano está casi al mismo nivel que la oración. Los cantos son, con frecuencia, profundas oraciones con música. Sólo en el cielo comprenderemos en plenitud con cuánta frecuencia los cantos de fe, entonados en las noches de soledad y tristeza, fueron medios de protección contra los asaltos del enemigo, en los reinos visible e invisible. Y hasta es posible que, ocasionalmente, tengamos alguna vislumbre de esto mientras estamos en la tierra.

Un notable ejemplo de esta protección nos llega de la época de los días posteriores a la Guerra Civil, en la región central de la zona atlántica de los Estados Unidos de Norteamérica. Dice así: “En la víspera de Navidad, de 1875, Ira D. Sankey estaba viajando en barco por el río Delaware. Era un crepúsculo tranquilo, y había muchos pasajeros reunidos en la cubierta, cuando se le pidió al señor Sankey que cantara. Se puso de pie, inclinado un poco sobre uno de los grandes conductos del barco, y sus ojos se elevaron hacia el cielo estrellado, en oración silenciosa. Era su intención cantar un cántico de Navidad, pero fue constreñido casi contra su voluntad, a cantar el himno: ‘Como pastor nos conducirá’

“Las palabras y la melodía, que brotaban del alma del cantante, flotaban sobre la cubierta, en la calma de la noche. Todos los corazones fueron tocados. Después que terminó el himno, un hombre de rostro curtido por la intemperie se acercó al señor Sankey, y dijo: ¿Sirvió usted en el ejército de la Unión?’

“Sí -contestó Sankey- en la primavera de 1862’. ‘¿Puede usted recordar si estaba cumpliendo deberes de centinela en una noche de luna llena, en 1862?’, volvió a preguntar el hombre. ‘Sí -contestó Sankey- muy sorprendido. ‘Yo también -dijo el extraño- pero estaba sirviendo en el ejército confederado. Cuando le vi de pie en su puesto, me dije a mí mismo: Este tipo nunca saldrá de aquí vivo. Levanté mi mosquete, y apunté. Yo me encontraba de pie en las sombras, completamente oculto, mientras que la brillante luz de la luna caía totalmente sobre usted. En ese instante, exactamente como hace un momento, usted elevó sus ojos al cielo, y comenzó a cantar. La música, especialmente el canto, siempre ha tenido una fuerte influencia sobre mí: y quité mi dedo del gatillo. Dejemos que termine de cantar su himno -me dije a mí mismo-. Puedo matarlo después. El es mi víctima, de todos modos, y mi bala no puede fallar. El canto que usted entonó fue exactamente el mismo que acaba de cantar ahora. Escuché las palabras perfectamente:


Somos tuyos, protégenos, Señor,

Sé el Guardián de nuestro camino.

‘“Cuando usted terminó de cantar, me resultó imposible apuntarle de nuevo. Pensé: El Señor, que es capaz de salvar a este hombre de una muerte cierta, debe seguramente ser grande y poderoso, y bajé mi brazo, sin que pudiera evitarlo.

“Desde entonces, he vagado por todos lados, pero ahora que le vi de pie, allí, orando, como en la otra ocasión, lo reconocí. Su canto tocó mi corazón. Le suplico que me ayude a encontrar remedio para mi alma enferma’.

“Profundamente conmovido, Ira Sankey abrazó al hombre que en los días de la guerra había sido su enemigo Y esa noche, el extraño encontró al Buen Pastor como su Salvador”.

Nuestro privilegio de trabajar con los ángeles para la salvación de otros a través de los cantos da vida a las antiguas palabras del profeta: “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sión: ¡Tu Dios reina! ¡Voz de tus atalayas! Alzarán la voz, juntamente darán voces de júbilo; porque ojo a ojo verán que Jehová vuelve a traer a Sión” (Isaías 52:7, 8). Sí, ellos cantarán junto con los ángeles para reunir a los rescatados del Señor de cerca y de lejos, para que todos podamos unirnos en coro para cantar sus alabanzas para siempre.

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