jueves, 8 de enero de 2009

Ángeles que rescatan y protegen

Ángeles que rescatan y protegen

Dr. Frank González
Desmond Doss, fue un heroico soldado norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial. Doss realizó muchas operaciones de rescate en la guerra del Pacífico. Su más asombrosa hazaña fue el rescate de 75 soldados heridos, a quienes bajó por un acantilado, mientras las balas enemigas zumbaban a su alrededor, a veces tan cerca que podía sentirlas pasar.

El Presidente Harry S. Truman condecoró a Desmond Doss con la Medalla de Honor del Congreso, en la Casa Blanca, por su indomable valor frente al peligro extremo. Pero Doss no habría rescatado a los 75 soldados si el mismo no hubiera sido rescatado varios años antes de la guerra.

Desmond y su sobrinito Gary estaban jugando en la costa del Atlántico. La pelota de playa de Gary se le fue al agua. y comenzó a alejarse mar adentro. Aunque Doss no era un gran nadador, no podía llegarse a escuchar los ruegos de su sobrinito de ir y rescatarla. Nadó en aguas bajas algunas decenas de metros, antes de darse cuenta que la creciente distancia entre él y la pelota se debía a una fuerte marea descendente.

Una oleada de desesperación cruzó por su alma. Sabía que sería imposible nadar contra la marca y llegar a la playa. ¡Si tan sólo pudiera alcanzar la pelota, podría asirla y usarla como un salvavidas! Pero se alejaba cada vez más de él. Desmond estaba acostumbrado a orar, así que elevó su súplica: “Señor, ayúdame”.

Desmond miró hacia atrás. Difícilmente podrían verlo de la playa, cada vez más distante. y para peor, ya apenas divisaba la pelota. Pero en ese momento algo apareció ante su vista: un pequeño bote motorizado. Sus dos ocupantes parecían estar tirando de sus redes, preparándose para dirigirse a alta mar Desmond oró para que lo vieran. Gritó e hizo señas, pero el ruido del motor apagaba su voz.

De pronto los pescadores avistaron la gran pelota de playa que les salía al encuentro. Uno de ellos se inclinó a un lado del bote para recogerla. Al hacerlo, divisó también a Desmond e inmediatamente se acercaron para rescatarlo, y le ayudaron a subir al bote.

Al acercarse a la playa, uno de los pescadores preguntó: “¿Puede llegar a la orilla desde aquí?” El agua estaba baja, así que, agradeciendo a los hombres, Desmond saltó al agua y caminó hacia la playa con la pelota de su sobrino. Al llegar a tierra firme se volvió para decir adiós y agradecer a sus rescatadores, pero no había allí ni hombres ni bote, ni siquiera la estela sobre el agua. Desmond creyó durante toda su vida que fueron ángeles quienes lo rescataron.

Otra historia nos llega desde el África Central donde el pastor Michael y su familia servían fielmente al Señor. Por medio de su influencia cristiana muchas personas de las aldeas y la región vecina, habían aceptado a Cristo. Pero en 1970. los problemas políticos comenzaron a sacudir al país. Guerrillas armadas asolaban la zona matando a muchos, saqueando villorrios y hogares aislados, y esparciendo el terror por toda la comarca. Estaban especialmente decididos a matar a todos los que, según ellos, se habían dejado “infectar” por el cristianismo, “la religión del hombre blanco”. El pastor Michael sabía que Cristo es el Salvador del mundo, y que a sus ojos no hay acepción de personas ni de razas Todos son bienvenidos a su familia.

Supo que sus actividades habían despertado la ira de los revolucionarios locales, y que estaba marcado para la muerte. Los fieles feligreses del pastor Michael le advirtieron a él y a su esposa que estaban en peligro. Pero el buen pastor pensó: “Si huyo, mi pueblo verá al cristianismo como religión de cobardes. Cuantas veces he enseñado a mi congregación que Dios es un poderoso Protector; que el Dios que estuvo con Sadrac, Mesac y Abednego en el horno de fuego, y con Daniel en el foso de los leones, es el mismo ayer, hoy y por los siglos. No puedo huir --determinó . Debo quedarme y ministrar a mi rebaño, y apoyarlos en los días de pruebas y dificultades”.

Una noche, después de haber estado visitando a la gente y orando con ella durante el día, el pastor Michael volvió a su casa. Momentos después de sentarse a la mesa para cenar, con su familia, el pastor escuchó voces airadas que se aproximaban a su cabaña. Pronto, su pequeña morada, que era redonda y hecha de paja y madera, estaba rodeada. El líder de la guerrilla local le gritó: “¡Pastor Michael! Sabemos que usted está ahí. Mis hombres pueden verlo por la ventana sentado con su esposa y sus tres hijos. Usted es un traidor a su país y al honor de sus antepasados. Lo hemos juzgado y lo hemos sentenciado a muerte. Podríamos matarlo a balazos, pero eso sería una muerte demasiado fácil para un bribón como usted. Usted será quemado, y su Dios no será capaz de hacer nada para salvarlo”. Luego, volviéndose a sus soldados, el capitán de la banda ordenó: “Tiren las antorchas en todo el techo y alrededor de las paredes de la cabaña. No permitan que ninguno de los ocupantes escape. Disparen sólo si alguno intenta escapar”.

Inmediatamente el pastor y su familia cayeron sobre sus rodillas y pidieron la protección y la misericordia de Dios. Para este momento ya las llamas habían cubierto la casa que se ponía cada vez más caliente, llenando de humo el pequeño y único cuarto donde estaban. Echados al piso, donde el aire era todavía respirable, esperaban el fin. Todo el tiempo se mantuvieron orando para que el Señor los salvara de la muerte si esa era su voluntad. De repente, el pastor Michael vio un espacio abierto entre el humo y un fulgor que sobrepasaba con mucho al de las llamas que los rodeaban. Una figura luminosa con una faz sonriente apareció a través de una abertura en un lado de la casa. más allá de la cual el predicador podía ver el claro y fresco cielo nocturno.

Esta brillante figura, acompañada por otros como él, sacaron al pastor y su familia por el agujero de la pared, mientras las llamas continuaban devorándolo todo. Este escuadrón de ángeles rescatadores llevó al pastor Michael y su familia al borde del bosque que estaba a un kilómetro o dos de distancia. Dijeron al asombrado pastor y a su familia qué camino seguir y aquel escuadrón de rescate celestial desapareció tan misteriosamente corno había aparecido.

Mientras la familia atónita guardaba silencio, el pastor Michael podía escuchar el crepitar de las llamas en su casa. Siguiendo las instrucciones del ángel, él y su familia se internaron en el tupido bosque, sintiendo que eran guiados seguramente por sus guías invisibles, quienes los guardaron para que no tropezaran sobre ninguna roca o se que darán atrapados en la espesa maleza. La protección de Dios, aunque generalmente invisible, algunas veces aparece en formas dramáticas e inesperadas.

Meses más tarde, cuando el líder de la banda de guerrilleros supo el resultado de su perversa obra, buscó al pastor Michael, y con su ayuda, aceptó a Cristo.

No es aconsejable revelar de qué parte de África viene la última historia que compartiremos. Baste decir que tuvo que llegar en una zona donde la predicación del evangelio no era bienvenida, y donde el ángel del Señor brindó una protección asombrosa.

“¿Quién se unirá conmigo en una promesa de ir y matar al misionero José, y no descansar hasta que lo logremos?”, preguntó el caudillo de los militantes anticlericales.

Diecisiete voces gritaron su aprobación, y estos hombres airados juraron que matarían a José y a su familia. Y de inmediato se pusieron en camino del cumplimiento de su promesa. José no sabía nada de esto. Había salido a trabajar en un tronco que estaba preparando para convertirlo en una canoa. Había orado para que Dios lo protegiera y lo guiara en todo lo que debía hacer ese día. En su mano tenía un hacha y otras herramientas, además de una pequeña bolsa con piedras para una honda que había hecho.

De repente se encontró de frente con diecisiete hombres airados. “Pon en el suelo tu hacha. . . y háblanos”, le gritó el líder del grupo. José lo hizo y caminó hacia el grupo. “¡Ahora!”, dijo el jefe en un aullido. “¡Ahora! ¡Mátenlo! ¡Mátenlo!” José sólo tuvo tiempo para retroceder hasta un cocotero cuando los diecisiete hombres cayeron sobre él. diciendo a gritos que el gobierno les había dado órdenes de matar a todos los misioneros. Aquello era una mentira, pero José, en su sencillez, pensó que si el gobierno lo había abandonado, al menos él debía defenderse a sí mismo.

José siempre ha dicho, hasta hoy, que no está consciente de haber golpeado a nadie. Aquellos que vieron los hechos dicen que parecía corno si los hombres que lo atacaban cayeran golpeados por una luz. Pero al final del primer ataque, cinco de los atacantes yacían en el piso. Los doce que quedaban, se lanzaron al ataque de nuevo.

Una multitud se había reunido. Viendo que era una lucha desigual, detuvieron a los doce hombres hasta que José recuperó el aliento. Una vez más los doce se lanzaron contra él. De nuevo ocurrió el milagro, y otros cuatro hombres cayeron inconscientes al piso, completamente fuera de combate. Uno de los ocho hombres restantes sacó una daga y se lanzó contra José. Viendo la daga levantada contra él, y esperando sólo que cayera el golpe, José no pensó más que en su familia y su obra. “¡0h, Señor, líbrame!”, clamó. Vio la ira en el rostro de su atacante, y la relampagueante hoja descender. Sabía que venía por él. ¡Pero de repente la daga desapareció! ¡Se había esfumado! Y un hombre aterrorizado, dando gritos de dolor, corría como loco, con la sangre chorreando de su mano. De algún modo --y José no podía decir cómo-- la daga se volvió hacia atrás, saliéndose de la mano del atacante. ¡José había sido salvado!

Sólo en el cielo tendremos un cuadro completo de las numerosas veces que los ángeles nos han rescatado del peligro. Sería bueno seguir el ejemplo de una adolescente que escribió a nuestras oficinas, diciendo: “Una cosa principal que buscaré en el cielo es conocer a mi ángel y agradecerle por todo su arduo trabajo al dirigirme hacia Cristo. Ahora mismo anhelo aprender cómo escuchar a mi ángel y al Espíritu Santo, de modo que yo pueda hacer la voluntad de Dios y ayudar a otros como debiera. No quiero que toda la obra desinteresada de Dios en mi favor sea en vano”.

Esa es una buena filosofía de la vida, ¿verdad? Una filosofía a la cual todos los ángeles del cielo pueden unir sus voces, diciendo: “¡Amén!”

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