jueves, 8 de enero de 2009

Ángeles de justicia

Ángeles de justicia

Dr. Frank González

La milagrosa intervención de los ángeles no se ha limitado a los tiempos bíblicos. Y una de las principales funciones de los ángeles es operar como ministros de la justicia de Dios. Después de todo, se deleitan en sostener la justa ley de Dios. Es por eso que el salmista declara: “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto” (Salmos 103:20). Ellos se deleitan en vindicar a los inocentes, y con frecuencia intervienen en formas misteriosas e insospechadas.

Cuando H M. J. Richards —el padre de H. M. 5. Richards, fundador de The Voice of Prophecy-- era joven, en Exeter, Inglaterra, fue testigo de un notable evento que se grabó en la mente del público durante muchos años. Robert E. Edwards nos cuenta la historia.

“Un joven llamado Juan Lee fue acusado y convicto de asesinato. Aunque mantenía su inocencia persistentemente, fue sentenciado a la horca. La noche previa a su ejecución, Juan Lee tuvo un sueño. Vio que era sacado de su celda y llevado a través de los corredores de la prisión hasta la horca. Allí ascendió los trece escalones hasta la plataforma. Un guardia le vendó los ojos y colocó el dogal en su cuello. Después que Lee dijo sus últimas palabras, el verdugo tiró de la palanca para soltar la trampa, pero nada ocurrió. Luego Juan Lee despertó

La siguiente mañana, el joven H. M. J. Richards se unió a la mayoría de la población de Exeter, frente a la prisión, esperando ver alzarse la bandera que señalaba el momento exacto de la ejecución. Pero esperaron en vano, La bandera nunca apareció. El sueño de Juan Lee se cumplió. Ocurrió exactamente corno lo había visto en su sueño. La trampa de la puerta se negó a funcionar.

“Después de su infructuoso intento, los guardias sacaron al prisionero del cadalso y revisaron y lubricaron cuidadosamente la sencilla maquinaria que operaba la puerta de la trampa. Colocaron un costal de arena sobre la trampa, tiraron la palanca, y vieron el costal caer hasta el suelo. De nuevo, colocaron a Lee en la trampa de la puerta, ajustaron el dogal alrededor de su cuello, y tiraron de la palanca con violenta fuerza. Pero la trampa se mantuvo firmemente en su sitio

“Con gran consternación los guardias bajaron a Lee de la plataforma de nuevo, y volvieron a probar todo el equipo, sólo para corroborar que estaba en perfectas condiciones. Por tercera vez dirigieron al sumiso prisionero al lugar de su programada ejecución. Se aseguraron de que el dogal estaba bien anudado y que estaba de pie en el centro de la trampa, y tiraron de la palanca de nuevo. Pero la horca se negó a dejar caer a Lee a su muerte estipulada por el tribunal.

“Sacudido por este inesperado vuelco de los acontecimientos, el carcelero telegrafió a la reina Victoria las asombrosas noticias. Ella ordenó que la sentencia de Lee fuera conmutada por la cadena perpetua, siendo que no habían podido ejecutarlo después de tres intentos.

“Años más tarde, las autoridades pusieron en libertad a Juan Lee cuando finalmente alguien confesó ser el autor del crimen por el cual Lee había sido injustamente condenado”.

¿Quién ayudó a mantener en su lugar la trampa que no llevara a Lee a la muerte? Fue seguramente un ángel enviado por Dios para proteger a un hombre inocente.

Jesús, el hombre inocente más grande que ha existido, se negó a llamar a un ángel cuando estaba siendo ajusticiado. Su discípulo Pedro, sin embargo, explotó de indignación en el momento del arresto de Jesús. Pedro desenvainó su espada y asestó un violento golpe contra Malco, el siervo del sumo sacerdote de Israel, cortándole la oreja. Jesús, soltándose fácilmente de las manos de sus captores, se adelantó, tocó la oreja herida de Maleo, y la sanó. Luego se volvió a Pedro y le dijo: “Vuelve tu espada a su lugar: porque todos los que tomen espada a espada perecerán. ¿Acaso pensáis que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” (S. Mateo 26:52-54). En esta declaración de que podría llamar legiones de ángeles a su lado en aquella hora aciaga Jesús llamó nuestra atención al hecho de que los ángeles vigilan cuidadosamente los asuntos de la tierra, y que están dispuestos a poner en alto la justicia.

Ocurrió en Uganda durante los brutales y sangrientos días de la dictadura de Idi AmIn. Tan violento y despiadado fue su régimen que la tortura y la muerte fue el destino decretado para todo aquel que se pronunciaba contra su política de supresión. Los abogados y otros profesionales iban rumbo al trabajo vistiendo harapos, para no ser brutal y sumariamente ejecutados como enemigos del Estado, simplemente porque se veían mejor educados y vestían a la europea.

A pesar de los sufrimientos que les infligía la persecución de los esbirros militares del régimen, los verdaderos cristianos permanecieron fieles a Dios. Y él no abandonó a su pueblo. Las palabras de Isaías de parte del Señor se cumplieron en su favor, como se han cumplido en favor de todos los creyentes de todas las épocas: “Ciertamente mi pueblo son, hijos que no mienten; y fue su Salvador. En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió” (Isaías 63: 8, 9). Los ángeles sobrevolaban Uganda durante los dos años más terrible de toda su historia. Estuvieron allí para disipar las tinieblas y proveer liberación en la hora crucial.

Robert Kiwanuka, periodista cristiano en Kampala, Uganda. escribió esta historia hace más de veinte años.

“Durante 569 días, entre 1977 y 1979, los adventistas del séptimo día fueron colocados en ‘cautividad espiritual’ después de que su iglesia y varias otras fueron desterradas. Poco después del decreto, los pastores del área formaron grupos e iglesias en varios hogares adventistas.

“Durante este tiempo difícil, el Señor dirigió a su pueblo. Algunos creyentes experimentaron dificultades, incluyendo el aprisionamiento y la tortura, pero esto no desanimó a los creyentes. Al contrario, fortaleció su fe. También fortaleció su fe el hecho de ver los milagros que se operaron en su favor.

“Un milagro ocurrió cuando 20 hombres misteriosos pidieron audiencia con el presidente Amin, en Entebe. Se informó desde la Casa de Estado que los hombres se aproximaron a la puerta principal y dijeron a la guardia fuertemente armada que deseaban ver al presidente. En esos días, el solo hecho de aproximarse a aquella puerta sin autorización, podía significar la muerte.

¿Tienen una audiencia con el presidente?’, preguntó uno de los guardias.

‘“No, pero tenemos que hablar con él’, replicaron los hombres confiadamente. Hacer tal petición sin ninguna cita autorizada, significaba no ser admitidos en el palacio. Pero los guardias, inexplicablemente, cedieron a la influencia de los visitantes, y les permitieron entrar sin ser anunciados.

“Los hombres pasaron al cuarto de visitantes, y el presidente fue llamado. Sin pérdida de tiempo le dijeron que eran adventistas del séptimo día y que habían venido para pedir libertad para adorar en sus iglesias. Sorprendido por esta intrusión, Idi Amín les preguntó si habían hecho su solicitud al Departamento de Asuntos Religiosos. Sin esperar respuesta, el presidente tomó el teléfono y se comunicó con la directora del departamento, quien replicó que nunca antes había visto o escuchado a tales personas en su oficina.

“Volviéndose hacia los hombres, Amín les dijo abruptamente que no tenía tiempo para hablar con ellos. ‘Pero nosotros seguiremos siendo adventistas del séptimo día’, declaró uno de los hombres, mientras miraba sin titubeos al presidente. De inmediato salieron de la oficina y no fueron vueltos a ver por ninguno de los guardias o del personal de la Casa de Estado. Cómo fue que salieron, sigue siendo un misterio”.

Cuando el informe de esta visita llegó a las oficinas generales de los adventistas en Kireka, los líderes inquirieron diligentemente para saber quién había hecho esa visita. Ninguno de los pastores o miembros de iglesia la habían hecho.

Ellos atribuyeron este misterioso evento a la visitación de los ángeles, que acudieron a detener la hostilidad levantada contra la iglesia. Ciertamente, este informe dio un gran impulso moral a los adventistas de Uganda. Ellos sabían que Dios había visto su aflicción y estaba entre ellos se sintieron seguros de que muy pronto lograrían su libertad, y no estaban equivocados.

Otro de los muchos milagros que ocurrieron durante esos oscuros y difíciles días, tuvo lugar cuando un pastor fue arrestado, junto con unos 35 miembros de iglesia que habían estado orando a Dios en una casa privada. Fueron llevados a una prisión, donde un oficial ordenó a un guardia encerrar a 25 de ellos. El guardia de la prisión los puso en un cuarto y trató de cerrar la puerta. Pero aunque las bisagras estaban libres de obstáculos no pudo moverla. Él aplicó más fuerza, pero no pudo cerrarla. Llamó a un compañero para que le ayudara, pero no pudieron forzar la puerta a pesar de todo el esfuerzo que hicieron. Obligados a dejar abierta la puerta, los guardias se quedaron allí, observando a sus “prisioneros”.

Para romper la tensión, los adventistas comenzaron a cantar y luego decidieron orar. El pastor, con el deseo de que nadie perturbara las oraciones, atrajo a sí suavemente la puerta inamovible y la cerró sin ningún esfuerzo.

Avergonzadas y frustradas, las autoridades de Uganda tuvieron que soltar a los prisioneros que no podían encerrar u obligar a abandonar su fe. No mucho después de este incidente, el gobierno de Idi Amín cayó, y él se vio forzado a huir de Uganda, para nunca más volver.

Verdaderamente, Dios da a sus ángeles el encargo de cuidarnos, no sólo como protectores y proveedores, sino como ministros de justicia y sostenedores de su ley y su voluntad divinas. No es extraño que el salmista haya proclamado fervientemente: “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto. Bendecid a Jehová, vosotros todos sus ejércitos, ministros suyos, que hacéis su voluntad” (Salmos 103:20, 21).

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