jueves, 8 de enero de 2009

El gran fin y proposito del verdadero santuario

El gran fin
y propósito del verdadero santuario

El gran fin y propósito del verdadero santuario, sacerdocio y ministerio, era que Dios morase en los corazones del pueblo. Ahora, ¿cuál es el gran fin y propósito de morar en los corazones del pueblo? La respuesta es: perfección. La perfección moral y espiritual del adorador.

Consideremos esto: En la conclusión del quinto capítulo de Hebreos, inmediatamente después de la declaración "y consumado, vino a ser causa de eterna salud a todos los que le obedecen; nombrado de Dios pontífice según el orden de Melchisedec", leemos: "Por tanto", es decir, como consecuencia de eso, por esa razón, "dejando la palabra del comienzo en la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección". Heb. 6:1.

Además se expone cómo la perfección se alcanza solamente mediante el sacerdocio de Melchisedec. Y se explica que eso fue siempre así, y que el sacerdocio levítico no era sino temporal, y un tipo del sacerdocio de Melchisedec. A continuación, a propósito del sacerdocio levítico, leemos: "Si pues la perfección era por el sacerdocio levítico,... ¿qué necesidad había aun de que se levantase otro sacerdote según el orden de Melchisedec, y que no fuese llamado según el orden de Aarón? " Heb. 7:11. Y también, en relación con lo mismo, "porque nada perfeccionó la ley; mas hízolo la introducción de mejor esperanza, por la cual nos acercamos a Dios". Vers. 19.

A partir de esas declaraciones inspiradas, es incuestionable que la perfección del adorador es precisamente lo que ofrece y provee el sacerdocio y ministerio de Cristo.

No solo eso. Además, tal como ya se ha citado a propósito de la descripción del santuario y su servicio, se nos indica que "era figura de aquel tiempo presente, en el cual se ofrecían presentes y sacrificios que no podían hacer perfecto, cuanto a la conciencia, al que servía con ellos". Ese no poder hacer perfecto al que servía, era su gran incapacidad. Por lo tanto, el gran tema y objetivo último del sacerdocio y ministerio de Cristo en el verdadero santuario es hacer perfecto a quien, por fe, entra en el servicio.

El servicio terrenal no podía "hacer perfecto, cuanto a la conciencia, al que servía". "Mas estando ya presente Cristo, pontífice de los bienes que habían de venir, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es a saber, no de esta creación; y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, mas por su propia sangre, entró una sola vez en el santuario, habiendo obtenido eterna redención". Heb. 9:11,12. Ese santuario, sacerdocio, sacrificio y ministerio de Cristo, hace perfecto en eterna redención a todo aquel que por fe entra en su servicio, recibiendo así lo que ese servicio tiene por fin proveer.

"Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y la ceniza de la becerra, rociada a los inmundos, santifica para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de las obras muertas para que sirváis al Dios vivo?". La sangre de toros y machos cabríos y la ceniza de la becerra rociada a los inmundos, en el servicio levítico del santuario terrenal, santificaba para la purificación de la carne, según declara la Palabra. Y dado que eso es así, "¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios", santifica para purificación del espíritu y "limpiará vuestras conciencias de las obras de muerte para que sirváis al Dios vivo? ".

¿Cuáles son las obras de muerte? La propia muerte es consecuencia del pecado. Por lo tanto, las obras de muerte son aquellas que llevan el pecado en sí mismas. Entonces, la limpieza de las conciencias de las obras de muerte es la total purificación del alma, purificación del pecado, por la sangre de Cristo, por el Espíritu eterno, para que en la vida y obras del creyente en Jesús no haya ningún lugar para el pecado; las obras serán solamente obras de fe, y la vida, una vida de fe. Será de ese modo como en pureza y en verdad "sirváis al Dios vivo".

La Escritura continua así: "Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se allegan. De otra manera cesarían de ofrecerse; porque los que tributan este culto, limpios de una vez, no tendrían más conciencia de pecado. Empero en estos sacrificios cada año se hace conmemoración de los pecados. Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados". Heb. 10:1-4.

Una vez más vemos que si bien el objetivo de todo el ministerio efectuado bajo la ley era la perfección, ésta no se lograba por la realización de aquel. Todo ello no era sino una figura de aquel tiempo presente, una figura del ministerio y sacerdocio por el cual se obtiene la perfección, esto es, el ministerio y sacerdocio de Cristo. Los sacrificios no podían convertir en perfectos a los que se allegaban. El verdadero sacrificio y el verdadero ministerio "del santuario y de aquel verdadero tabernáculo" hace perfectos a quienes se allegan a él: y esa perfección de los adoradores consiste en que no tengan "más conciencia de pecado".

Pero, puesto que la sangre de machos cabríos y de becerros "no puede quitar los pecados", no era posible, aunque esos sacrificio se ofreciesen año tras año continuamente, purificar a los adoradores hasta el punto en que no tuviesen más conciencia de pecados. La sangre de los toros y de los machos cabríos, y la ceniza de la becerra rociada a los inmundos, santificaba para la purificación de la carne, pero solamente de la carne: e incluso eso no era más que "figura de aquel tiempo presente" de "la sangre de Cristo", que tanto más purificará a los adoradores, de forma que no tengan más conciencia de pecados.

"Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y presente no quisiste; mas me apropiaste cuerpo: Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: Heme aquí... para que haga, oh Dios, tu voluntad. Quita lo primero, para establecer lo postrero". Heb. 10:5-9.

Se mencionan aquí dos cosas: lo "primero" y lo "postrero". ¿En qué consisten? ¿Qué es lo primero, y qué lo postrero? Las dos cosas que se citan son sacrificio, presente, holocaustos y expiaciones por el pecado, todo ello constituye "lo primero": y "tu voluntad" (la voluntad de Dios) es "lo postrero". "Quita lo primero, para establecer lo postrero", es decir, quitó el sacrificio, presente, holocaustos y expiaciones por el pecado, a fin de establecer la voluntad de Dios. Y "la voluntad de Dios es vuestra santificación" y vuestra perfección. 1 Tes. 4:3; Mat. 5:48; Efe. 4:8,12,13; Heb. 13:20,21. Pero eso no se puede obtener mediante los sacrificios, presentes, holocaustos y expiaciones por el pecado ofrecidos bajo el sacerdocio levítico. Éstos no podían hacer perfecto, cuanto a la conciencia, al que servía con ellos. No podían purificar al adorador de tal manera que no tuviese más conciencia de pecado, por la razón de que la sangre de toros y machos cabríos no puede quitar el pecado.

Por lo tanto, puesto que la voluntad de Dios es la santificación y la perfección de los adoradores, puesto que la voluntad de Dios es que los adoradores sean de tal modo purificados que no tengan más conciencia de pecado, y dado que el servicio y ofrendas del santuario terrenal no podían lograrlo, él quitó todo eso, para establecer la voluntad de Dios. "En la cual voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez".

"La voluntad de Dios es vuestra santificación". Santificación es la verdadera observancia de todos los mandamientos de Dios. En otras palabras, la voluntad de Dios con respecto al hombre es que la voluntad divina halle perfecto cumplimiento en él. La voluntad de Dios está expresada en la ley de los diez mandamientos, que "es el todo del hombre". La ley es perfecta, y la perfección de carácter es la perfecta expresión de esa ley en la vida del que adora a Dios. Por esa ley es el conocimiento del pecado, y todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. Están destituidos de su perfección de carácter.

Los sacrificios y el servicio del santuario terrenal no podían quitar los pecados del hombre, por lo tanto, no podían llevarle a esa perfección. Pero el sacrificio y ministerio del verdadero Sumo Sacerdote del santuario y verdadero tabernáculo, sí lo hacen. Quitan completamente todo pecado. Y el adorador es de tal modo purificado que no tiene más conciencia de pecados. Mediante el sacrificio, la ofrenda y el servicio de sí mismo, Cristo abolió los sacrificios y las ofrendas y servicio que nunca podían quitar los pecados, y por su perfecto cumplimiento de la perfecta voluntad de Dios, estableció esta última. En esa "voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez". Heb. 10:10.

En ese primer santuario y servicio terrenales, "todo sacerdote se presenta cada día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados". Pero en el servicio del santuario y verdadero tabernáculo, Cristo, "habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio para siempre, está sentado a la diestra de Dios, esperando lo que resta, hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies. Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados". Heb. 10:11-14.

Así, a todo respecto, la perfección se logra mediante el sacrificio y sacerdocio de nuestro gran Sumo Sacerdote a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministrando en el santuario y verdadero tabernáculo que el Señor estableció, y no hombre. "Y atestíguanos lo mismo el Espíritu Santo; que después que dijo: Y este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Daré mis leyes en sus corazones, y en sus almas las escribiré; Añade: Y nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades. Pues donde hay remisión de estos, no hay más ofrenda por pecado". Heb. 10:15-18.

Y ese es el "camino nuevo y vivo" que "por su carne", Cristo nos consagró. Lo consagró para todo el género humano. Y por él puede entrar toda alma hasta el santo de los santos –el más santo de todos los lugares, la más santa de todas las experiencias, la más santa de todas las relaciones, la vida más santa–. Ese camino nuevo y vivo él nos lo consagró por su carne. Es decir, viniendo en la carne, identificándose a sí mismo con el género humano en la carne, consagró para nosotros que estamos en la carne, un camino que va desde donde estamos nosotros hasta donde él está ahora, a la derecha del trono de la Majestad en los cielos, en el santo de los santos.

Viniendo en la carne –habiendo sido hecho en todas las cosas como nosotros, y habiendo sido tentado en todo punto como lo somos nosotros–, se identificó con toda alma humana, precisamente en la situación actual de ésta. Y desde el lugar en que esa alma se encuentra, consagró para ella un camino nuevo y vivo a través de las vicisitudes y experiencias de toda una vida, incluida la muerte y la tumba, hasta el santo de los santos, para siempre a la diestra de Dios.

¡Oh, que camino consagrado, consagrado por sus tentaciones y sufrimientos, por sus ruegos y súplicas, con gran clamor y lágrimas, por su vida santa y su muerte sacrificial, por su victoriosa resurrección y gloriosa ascensión, y por su triunfante entrada en el santo de los santos, a la derecha del trono de la Majestad en los cielos!

Y ese "camino" lo consagró para nosotros. Habiéndose hecho uno de nosotros, hizo de ese camino el nuestro; nos pertenece. Ha otorgado a toda alma el divino derecho a transitar por ese camino consagrado; y habiéndolo recorrido él mismo en la carne –en nuestra carne–, ha hecho posible, y nos ha dado la seguridad de que toda alma humana puede andar por él, en todo lo que ese camino significa; y por él, acceder plena y libremente al santo de los santos.

Él, como uno de nosotros, en nuestra naturaleza humana, débil como nosotros, cargado con los pecados del mundo, en nuestra carne pecaminosa, en este mundo, durante toda una vida, fue "santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores", y "hecho más sublime que los cielos". Y así constituyó y consagró un camino por el cual, en él, todo creyente puede, en este mundo y durante toda la vida, vivir una vida santa, inocente, limpia, apartada de los pecadores, y como consecuencia ser hecho con él más sublime que los cielos.

La perfección, perfección de carácter, es la meta cristiana –perfección lograda en carne humana en este mundo. Cristo la logró en carne humana en este mundo, constituyendo y consagrando así un camino por el cual, en él, todo creyente pueda lograrla. Él, habiéndola obtenido, vino a ser nuestro Sumo Sacerdote en el sacerdocio del verdadero santuario, para que nosotros la podamos obtener.

El objetivo del cristiano es la perfección. El ministerio y sumo sacerdocio de Cristo en el verdadero santuario es el único camino por el que toda alma puede alcanzar ese verdadero propósito, en este mundo. "Tu camino, oh Dios, está en tu santuario". (versión K.J.) Sal. 77:13.

"Por tanto, hermanos, siendo que tenemos plena seguridad para entrar en el Santuario, por la sangre de Jesús, por el nuevo y vivo camino que él nos abrió, a través del velo, esto es, de su carne, y siendo que tenemos un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, con plena certeza de fe, purificado el corazón de mala conciencia, y lavado el cuerpo con agua limpia". Y "mantengamos firme la confesión de nuestra esperanza, sin fluctuar, que fiel es el que prometió". Heb. 10:19-23.

"Porque no os habéis llegado al monte que se podía tocar, y al fuego encendido, y al turbión, y a la oscuridad, y a la tempestad, y al sonido de la trompeta, y a la voz de las palabras, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más... Mas os habéis llegado al monte de Sión, y a la ciudad del Dios vivo, Jerusalem la celestial, y a la compañía de muchos millares de ángeles, y a la congregación de los primogénitos que están alistados en los cielos, y a Dios el juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos perfectos, y a Jesús el Mediador del nuevo testamento, y a la sangre del esparcimiento que habla mejor que la de Abel".

Por lo tanto "mirad que no desechéis al que habla. Porque si aquellos no escaparon que desecharon al que hablaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháramos al que habla de los cielos". Heb. 12:18-25.


Vuestro hno y servidor

Alfredo

Maranata

Fermin Cardozo

cardozofermin@arnet.com.ar

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