jueves, 8 de enero de 2009

Padre, perdona a mis enemigos

Padre, perdona a mis enemigos

FUENTE: LA VOZ DE LA ESPERANZA
No hay otra voz en la historia que haya llegado a oídos de tanta gente corno la voz de Jesús. Y de todo lo que dijo durante los treinta y tres años y medio que pasó entre nosotros. no hay nada que sea más conocido que las palabras que pronunciara mientras lo estaban crucificando.

Aun durante el juicio final, cuando todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo (2 Corintios 5:10). esa cruz será levantada! muy por encima del trono de Dios. Cada uno de nosotros podrá ver qué parte le ha tocado desempeñar en ese suceso, el más grande de la historia y de la eternidad. Sí, allí estuvimos cuando él fue crucificado! Porque aun cuando no nos hayamos dado cuenta de ello, todos estuvimos involucrados.

Al hablar de ser levantado!, Jesús no se refería a las cruces de madera, de hierro o de oro que aparecen en los techos y espiras de iglesias y catedrales. El acto de colgar una cruz en la pared o llevarla alrededor del cuello puede hacernos creer que estamos llevando la cruz de Cristo, pero eso no es lo que él quiere que hagamos. La cruz de Cristo es un principio eterno, de manera que hoy podernos verlo tan claramente como los que lo vieron morir, porque lo vemos levantado por fe.

Jesús predicó siete cortos sermones durante las horas que pasó en la cruz. El primero de ellos siempre ha causado profundo asombro en quienes lo han oído, por ser tan diferente de lo que dicen las personas que están siendo asesinadas. Es lo más sorprendente que se haya escuchado en toda la historia de la humanidad. .!Jesús oró por los que lo estaban crucificando! Esa actitud representaba un trastorno completo de la naturaleza humana habitual. Fue la oración que hizo en el momento mismo en que los soldados le atravesaban las manos y los pies, clavándolos al madero: “!Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!” (S. Lucas 23:34).

¿Por qué no sabían lo que estaban haciendo? ¿Estaba Jesús excusando a sus atormentadores, diciendo que lo que hacían no tenía importancia? No; ellos estaban cometiendo un gran mal, y él no estaba diciéndoles:
“Sigan adelante, está bien”. Lo que quería era que comprendieran lo que estaban haciendo, porque esa sería la única forma de que se arrepintieran y fueran salvos.

Lo que no sabían era cuán terriblemente malo era lo que estaban haciendo. En primer lugar, no sabían a quién estaban crucificando. Pensaban con toda sinceridad que Jesús era algún pobre loco. Era inocente, bien lo sabían ellos, de cualquier crimen contra el gobierno romano, pero suponían que el mundo estaría mejor con un loco menos. Por lo tanto, ¿qué importa? Hagamos nuestro trabajo.

Tampoco sabían que estaban en el proceso de asesinar al Príncipe de la Vida, al Mesías, el Salvador del mundo, el Cordero de Dios, el Hijo de Dios, el gran Juez que presidirá en el juicio final. Al orar Jesús, “Padre, perdónalos”, rogaba por que el Espíritu Santo les hablara llevando a sus corazones una profunda convicción, y que llegaran a darse cuenta de que necesitaban un Salvador que los pudiera limpiar de ese pecado. La palabra “perdonar” no significa mirar a otro lado y hacer como que uno no ha visto la falta; no es el acto de disfrazar un mal pintándolo de blanco para que parezca algo bueno. En el lenguaje original, la palabra “perdonar” significaba el acto de quitar un pecado del corazón humano. En otras palabras, Jesús dijo: “Padre, convéncelos de este pecado. de modo que no lo vuelvan a cometer nunca más”.

En segundo lugar, esos hombres que crucificaron a Jesús no sabían que en ese momento estaban representando la esencia misma del pecado a tras es de toda la historia. El mundo mismo los estaba usando como agentes para cometer el terrible pecado. Esos hombres eran soldados romanos comunes, a quienes se les pagaba para que obedecieran las órdenes de un centurión. y si usted, amigo lector, o yo mismo. hubiéramos sido soldados romanos, habríamos hecho lo mismo. Ninguno de nosotros es por naturaleza más justo que esos paganos. La Biblia habla de todos nosotros cuando dice. “Su justicia es [o procede] de mí, dice Jehová” (Isaías 54:17, VM). Y el apóstol Pablo dice que la Ley está para que “todo el inundo sienta su culpa ante Dios” (Romanos 3:19).

Tercero: Lo que hemos visto significa que cuando Cristo hizo esta oración en la cruz, estaba orando por ti y por mí, al igual que por los paganos soldados romanos. La raza humana estaba implicada en la crucifixión del Hijo de Dios. ¡Todos nosotros ignorábamos quién era! El profeta Isaías expresa esta misteriosa identificación de todos nosotros con esos soldados romanos, con estas palabras: “Mi Siervo creció corno un retoño, como raíz en tierra seca. No tenía belleza ni esplendor para atraemos, sin apariencia para que lo deseáramos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto. Y corno escondimos de él el rostro. fue menospreciado, y no lo estimamos. . lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (Isaías 5 3:2-4). El uso constante que hace el profeta del pronombre “nosotros”, se refiere a ti y a mi, y dice que “nosotros” también nos hemos equivocado completamente acerca de su identidad. Y si hubiéramos estado allí en esa época, y lo hubiéramos visto pasar por la calle llevando sus herramientas de carpintero, no nos hubiera parecido más digno de atención que los demás caminantes.

Pero la ignorancia no es excusa cuando se trata de este caso supremo de identidad equivocada. Al rebajarse de su elevada posición celestial para unirse a nosotros. Jesús se identificó con todos los seres humanos. Cuando despreciamos a quienes son más pobres o menos educados que nosotros, despreciamos también a Jesús, porque él nos ha dicho: “Os aseguro, cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí me lo hicisteis” (S. Mateo 25:40).

La Biblia enseña claramente que el odio equivale al asesinato, mucho antes que apretemos el gatillo de un arma dirigida contra alguien: “Todo el que aborrece a su hermano es homicida” (1 S. Juan 3:15). Si tú odias, ya has llegado a este punto: todo lo que necesitas es la oportunidad apropiada, y el pecado escondido se manifestará de hecho.

Si unimos estos eslabones, llegamos a una verdad que hace temblar el corazón: !En innumerables ocasiones nos hemos hecho culpables de crucificar a Cristo! Tenemos gran necesidad de que Cristo ore por nosotros, diciendo: “Padre. perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Un cuarto punto: Cuando Jesús oraba por los soldados romanos que no creían en Dios, estaba orando al mismo tiempo por el sumo sacerdote judío y por los miembros del Sanedrín que en última instancia eran los responsables de ese acto terrible. A esos dirigentes religiosos el apóstol Pedro les dijo en su sermón de Pentecostés: “Vosotros negasteis al Santo y al Justo. . . y matasteis al Autor de la vida” (Hechos 3:13. 14), aunque ellos no habían martillado los clavos que atravesaron los pies y las manos del Salvador. Sin embargo eran culpables, porque tenían sus corazones llenos de odio. Ese era el mayor problema.

En quinto lugar, la oración de Jesús abarcaba a Poncio Pilato, el gobernador, que cobardemente permitió que Jesús fuera muerto, porque temía que los judíos lo acusaran ante César, y lo hicieran perder su puesto tan bien remunerado. Tristemente, no tenemos registro de que la oración de Jesús haya recibido respuesta positiva en el caso de Pilato. Por lo que sabemos, el gobernador romano murió miserable y sin haber sido perdonado.

Tampoco hay registro de que Caifás, el sumo sacerdote, se haya arrepentido alguna vez Lo que necesitamos comprender es que, si bien la oración que Jesús elevó a su Padre consiguió para ellos el don del arrepentimiento y la salvación que lo acompaña, de todos modos tenían el poder de resistir y rechazar lo que se les había concedido. Por eso murieron en la perdición, no porque el Padre no haya querido salvarlos, sino porque ellos mismos no quisieron aceptar el don que les hiciera.

El caso es similar al de Esaú y su derecho de primogenitura. Le pertenecía a él; nadie podría habérselo quitado. Pero él lo “despreció” y “vendió”, de tal modo que lo perdió para siempre (Génesis 25:34: Hebreos 12:16, 17).

Tenemos la esperanza de que algunos de los paganos que “no sabían” lo que hacían, hallaron el arrepentimiento y la salvación. Para empezar, sabemos que el centurión, es decir el jefe de los soldados romanos, se arrepintió. Fue testigo de la muerte de Jesús, y ésta causó un fuerte impacto sobre él. Leemos: “Cuando el centurión vio lo que había sucedido, alabó a Dios, diciendo: ¡ Realmente este hombre era justo!” (S. Lucas 23:47). Había oído a Jesús pronunciar esa oración, su primera “palabra” desde la cruz, y ese sermón tan breve lo convirtió.

Amigo, amiga de La Voz, Dios quiere darte ánimo; cuando oras por alguien, el Padre escucha tu oración. El centurión no confesó su fe sino hasta después de la muerte de Cristo. En forma similar, puede que pase mucho tiempo antes que tus oraciones por la conversión de alguien sean contestadas. Pero en el día de la resurrección, cuán feliz te sentirás, y cuán grata será tu sorpresa al ver el fruto del “trabajo de tu alma”, así como Cristo verá en la hueste de los redimidos la gloriosa respuesta a su oración en la cruz. El profeta dijo de Cristo: “Verá el fruto del trabajo de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53:11).

Por último, la oración que Cristo hiciera en la cruz te ha unido a ti con su Padre celestial. Cuando le pidió que te “perdonara”. le estaba pidiendo que te adoptara como hijo o hija, junto con él. Santiago dice que “la oración eficaz del justo, es poderosa” (Santiago 5:16). Cuánto más lo será la oración del mismo Hijo de Dios!

El Padre escuchó al Hijo, por amor a ti. Sabemos esto, porque el apóstol Pablo nos dice: “El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. . . nos predestinó para ser sus hijos adoptados por Jesucristo. . . el Amado” (Efesios 1:3- 6). Gracias a esta oración de Jesús, todos esos millares de pecados míos han sido perdonados, y lo mismo ha sucedido con todos los tuyos.

Amigo lector, Dios no te odia por la parte que has desempeñado en la crucifixión de Jesús. Ha hecho precisamente lo que su Hijo le ha pedido, a saber, te ha perdonado. Desde ahora en adelante puedes cantar, como el salmista:
“Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu sierva, rompiste mis prisiones” (Salmos 116:16)

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