jueves, 8 de enero de 2009

Ángeles que sanan

Ángeles que sanan

Dr. Frank González
Doquiera Jesús se encontraba, multitudes de personas sufrientes venían a él para ser sanadas de sus enfermedades de la mente y del cuerpo. Jesús se deleitaba en colocar su toque sanador sobre ellos. Y “recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos: y los sanó” (S. Mateo 4:23. 24).

Los ángeles sirven como extensiones vivientes de la voluntad de Dios. Sus manos y sus facultades están bajo sus órdenes, actuando como agentes para sanar y restaurar a aquellos que buscan a Dios y por aquellos en cuyo favor se elevan oraciones especiales. El licenciado Cyril Miller. quien fuera presidente de la junta ejecutiva mundial de La Voz de la Esperanza escribe:

“Una noche, ya muy tarde, iba yo por una estrecha carretera rural cuando sufrí un accidente que casi resultó fatal. Un camión de remolque invadió mi carril con luces cegadoras y luego dobló bruscamente a la izquierda, dejando la caja directamente en mi carril.

“Apliqué automáticamente los frenos, desvié mi coche hacia la derecha, hacia la cuneta, pero ya era demasiado tarde. Choqué de frente con el camión, y de repente me encontré prensado por el motor de mi auto, que se había incrustado en el asiento delantero.

“Desperte al escuchar las voces excitadas de la gente tratando de sacarme de entre los hierros retorcidos. Un hombre gritaba: ‘Tendremos que cortarle el pie para sacarlo’. Yo supliqué: ‘Por favor, no me corten el pie’.

“El motor fue levantado con un elevador hidráulico, dejándome así libre, y el techo del vehículo cortado por el cuerpo de rescate con un dispositivo especial. Inmediatamente me sacaron del vehículo, me pusieron en un helicóptero, y me llevaron a un hospital de una ciudad cercana.

“Todavía estaba consciente cuando llegué al hospital, pedí papel y lápiz a la enfermera que me atendía y escribí un mensaje para el médico, que decía simplemente: ‘Por favor, no me amputen el pie’. Inmediatamente quedé inconsciente y permanecí así cerca de un mes. Mientras estaba en estado de coma, me parecía estar dentro de una cueva oscura. Podía escuchar a la gente hablar, pero no podía ver nada. Incluso escuché a los médicos y a las enfermeras decir: ‘No logrará sobrevivir’.

“Cuatro semanas más tarde desperté para descubrir que Dios había salvado mi vida milagrosamente, como respuesta a muchas oraciones elevadas por amigos en todas partes. Desde entonces mi mejoría fue constante, pero todavía tenía en mi cuerpo muchos tubos y otros aparatos que me ayudaban a mantenerme vivo. Los tenía insertados en un brazo para pasar la medicina, en el estómago para alimentarme, en la vejiga para descargarla. en los pulmones para drenarlos y en la garganta para respirar. Estuve en un respirador artificial durante cinco semanas: las cuatro que estuve inconsciente y una más después de recuperar la conciencia.

“Una noche, el neumólogo me visitó y me dijo: ‘Es posible que sus pulmones no se recuperen’. Quise saber más y él agregó: ‘Tendrá muy poca capacidad respiratoria durante el resto de su vida’. Aunque en ese momento era incapaz de respirar sin el respirador automático, no reconocí cuán grave era aquel pronóstico.

“Pocas noches más tarde, un joven a quien nunca antes había visto, vino a mi cuarto. Con una voz muy segura y autorizada, dijo: ‘Tengo oídos especiales: puedo oír cosas que nadie más puede escuchar’.

“Cuando comenzó a aplicar el estetoscopio a mi pecho, le pregunté, qué escuchaba. Él respondió: ‘escucho un flujo libre de aire a través de cada lóbulo de tus pulmones’.

“Miré hacia el pasillo y vi a mi esposa Joyce, y le hice señas para que entrara al cuarto. Después de presentarla al joven, le dije lo que él acababa de decirme: ‘El tiene oídos especiales y puede escuchar cosas que nadie más puede oír’. El joven repitió las mismas palabras: ‘Escucho un flujo libre de aire a través de todos los lóbulos de sus pulmones’, y luego salió rápidamente.

“Más tarde, mi hermana, su esposo que es pastor, y mi hija vinieron a visitarme. Les conté acerca del joven y lo que había dicho. Siendo que ellos habían estado muy cerca --casi día y noche durante aquellas semanas críticas-- y conocían prácticamente a todos los que entraban y salían a mi cuarto, preguntaron quién era y qué apariencia tenía.

“Yo contesté: ‘Nunca antes había estado aquí. No puedo describirlo --lo más que puedo decir es que era bien parecido’.

‘Le contaba yo a un amigo mío acerca de aquel notable encuentro y de la convicción de que debe haber sido un ángel, y el replicó: ‘Pues bien, Cyril, puede ser que hayas visto a tu ángel guardián. Si no te envían un estado de cuenta, es probable que lo fuera’.

“Uno de los médicos que me atendía, que era especialista en infecciones, el que había dicho: ‘No logrará sobrevivir’. reconoció más tarde que yo había sido sanado por intervención divina’.

“Agradezco a Dios por salvar mi vida y restaurarme la salud. También le agradezco por enviar a uno de ‘sus espíritus ministradores a dar seguridad a mi alma y paz a mi mente, a asegurarme que todo saldría bien, en el momento preciso en que más apoyo necesitaba.”

Antes de compartir más historias acerca de la sanidad divinamente concedida, debemos aprender, como hijos de Dios, a no tornar actitudes simplistas. No en todos los casos de enfermedad y heridas Dios decide sanamos, ni siquiera si ejercemos la fe más fuerte que pueda existir y elevamos las mas fervientes oraciones. Algunas veces, llegar a la cumbre más elevada de la fe requiere que aceptemos una larga vida de aflicciones.

¿Por qué? Por una razón. Así se nos coloca sobre un fundamento sólido para consolar a cualquiera que tenga que soportar enfermedades agobiantes. A otros, las aflicciones pueden servirles para mantenerlos humildes y dependientes de Dios.

Matthew Henry, el gran comentarista bíblico, lo expresa así: “Las aflicciones extraordinarias no siempre son el castigo por pecados extraordinarios, sino, algunas veces, las pruebas de gracias extraordinarias. Las aflicciones santificadas son promociones espirituales”.

Ese fue el efecto que la aflicción tuvo en el apóstol Pablo. El fue un instrumento para dar salud a muchos (ver Hechos 19:11). Sin embargo, se nos dice que él mismo tenía una espina clavada en su carne que le causaba sufrimientos físicos y debilidades. ¿No tenía este gran sanador influencia delante de Dios para obtener la sanidad tan deseada? El mismo lo explica: “Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijó en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera” (2 Corintios 12:7).

Un amigo nos contó cómo su vida fue vitalmente afectada por el testimonio de una piadosa mujer que sufría una de las más terribles limitaciones físicas --la ceguera. Grace Jajeh, una cristiana libanesa-americana, había sido ciega desde la niñez. Convertida a Cristo en su adolescencia, quedó encantada por los registros de los milagros de sanidad de los evangelios. Grace pensaba con frecuencia: “Cuán maravilloso sería si Jesús me devolviera la vista”.

Oró con mucha frecuencia por esta bendición. Aunque su vista no se recuperó, Grace todavía mantenía una fe alegre y optimista. Sin embargo, a veces quedaba abrumada de tristeza porque su situación no cambiaba.

Grace fue tentada a pensar que Dios no escucha sus oraciones. También se preguntaba. si estaba haciendo algo que desagradara a Dios, impidiendo así su poder sanador. Ella obtuvo algún consuelo del versículo: “Porque por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5:7).

La alegre disposición de Grace y sus sinceras alabanzas a Cristo, la convirtieron en un canal de bendiciones para muchos. Sin embargo, la tristeza oculta en su corazón continuaba. Un lunes de mañana, Grace llegó a la escuela para ciegos adultos. Un gozo inusitado refulgía en su rostro mientras se lanzaba con ímpetu irrefrenable a contar su historia.

“Anoche tuve un sueño --anunció--. Un ángel vino a mí en mi sueño, un ángel brillante, glorioso, con la luz del cielo. El me preguntó: ‘Si pudieras tener una de dos bendiciones, recuperar tu vista, o ganar un alma para Cristo, ¿cuál elegirías?’. Desperté --dijo Grace-- gritando, ‘un alma para Cristo, Señor, un alma para Cristo”.

Nuestro amigo añade: No me queda la menor duda de que su vibrante fe ganó muchas almas para el reino de Dios. Yo sé que el testimonio de Grace ese lunes de mañana volvió la corriente de mi vida hacia el Salvador, a cuyo llamado a mi corazón yo había dado una respuesta más bien ambivalente.

Muchas personas que amaban al Señor durante su vida terrenal verán, oirán, caminarán por primera vez cuando Jesús regrese. “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. . . Y los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sión con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido” (Isaías 35:5, 10).

Amigo lector, sea que estés sano o enfermo, ya sanado o cargando la cruz de una enfermedad, recuerda que los ángeles desean unirse a ti como socio para dar a conocer al Salvador. A través de su Evangelio, todas las enfermedades serán finalmente desterradas, y él llevará a sus redimidos al reino donde los habitantes nunca dirán: “Estoy enfermo”, sino que revelarán la abundancia de salud que llenará completamente sus cuerpos y sus almas. Mientras tanto, Cristo llevará sus enfermedades, ya sea quitándolas, o como a veces es más precioso, dándole gracia para sobrellevarlas. de modo que ya sea por vida o por muerte, su amor pueda ser magnificado en ti y en mí.

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