jueves, 8 de enero de 2009

El gran amor de Jesús por su madre

El gran amor de Jesús por su madre

FUENTE LA VOZ DE LA ESPERANZA
Jesús es el puente que une con Dios a la humanidad perdida. El nos comprende perfectamente bien. La Biblia dice que eh su humanidad, el Salvador “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4: 15). Del cielo trajo una naturaleza sin pecado; pero la revistió con nuestra naturaleza pecaminosa, para poder conocer y comprender nuestras tentaciones. Por eso es capaz "de simpatizar con nuestras debilidades”. por cuanto sabe cuán débiles somos. María, su madre, le impartió su humanidad, y su ADN que lo conectaba con David. con Abrahán y mas atrás aún, hasta llegar al mismo Adán. Jesús fue hecho “en todo semejante a sus hermanos” (Hebreos 2:17), los seres humanos caídos.

¿Cuán cercano a nosotros se halla el Salvador? ¿Conoció el amor familiar, corno nosotros lo experimentamos? A pesar de ser el Autor original del Decálogo, es decir, de los Diez Mandamientos. ¿fue una humillación para él tener que obedecer su propia Ley? ¿Qué relación mantuvo con su madre?

Si bien era Dios el divino Comandante de los ángeles celestiales encarnado en la humanidad, Cristo se humilló y en su calidad de niño, se mantuvo sujeto a su madre María, aun cuando ella no lo podía comprender.

En cierta ocasión, cuando Jesús tema doce años. María lo reprendió por algo que no era culpa de él. sino de ella misma. Habían ido a Jerusalén para asistir a la Pascua judía. La verdad es que. cuando su madre y José emprendieron el viaje de retomo al hogar. María se olvidó de Jesús por largo rato, suponiendo que andaría por allí cerca, entre el grupo mayor de peregrinos que volvían con ellos. Pero cuando llegó la noche, no lo pudo encontrar.

María recordó entonces cómo, años atrás, el rey Herodes había procurado matar al Niño. Llenos de temor, ella y José volvieron a Jerusalén tan rápido como pudieron, y se pusieron a buscarlo por todas partes. Por fin lo hallaron en el seminario del Templo, hablando y razonando con los grandes maestros de Israel. . . ¡a la edad de doce años! “Y todos los que lo oían, se pasmaban de su entendimiento y sus respuestas”. Pero María se sentía molesta, y le reprochó. diciendo: “Hijo. ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con angustia”. En otras palabras, ¿por qué te has portado mal?

Pero Jesucristo no había sido travieso, ni se había portado mal. Con bondad y cortesía respondió: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los asuntos de mi Padre tenía que estar? Pero ellos no entendieron lo que les dijo” (S. Lucas 2:46-50).

A menudo, su madre lo había comprendido mal. Nos sentiríamos tentados a sentir cierto resentimiento contra nuestro padre o nuestra madre. si con frecuencia no nos entendiera lo que le quisiéramos decir. Pero el amor que Jesús sentía por su madre nunca vaciló. El Salvador siempre obedeció el quinto mandamiento, que dice: “Honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 20:12). Nos dice que actuemos así aun cuando nos parezca que nuestros padres no merecen nuestra “honra”. Jesús perdonó a su madre todas sus reprensiones y demostraciones de impaciencia, a pesar de que a veces le hacían la vida difícil, tal como a nosotros también los padres impacientes o criticones nos pueden causar dificultades.

Cuando llegó la época en que Jesús debió afrontar la última semana de su vida antes de la crucifixión. José ya había muerto. La policía del templo lo había arrestado y condenado, y clavado a su cruz para morir en ella. El dolor de los clavos en sus manos y tobillos era indescriptible; pero, además de todo el dolor físico y la vergüenza que debía soportar, los pecados del mundo se amontonaron sobre su corazón. Podía oír las las burlas de los sacerdotes y la multitud.

La mente del Salvador está sumida en la confusión. Pero a pesar de ello, recuerda que Dios es amor, y que él es el Hijo de Dios. De algún modo. ese amor que llena su corazón debe hallar expresión. aun en medio de su crucifixión. Por eso el Salvador pronunció su primera “palabra” desde la cruz; esa oración por el perdón de sus enemigos que lo estaban crucificando: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Poco después llega su segunda “palabra” desde la cruz, cuando dice al ladrón que estaba siendo crucificado con él: “Te aseguro hoy, estarás conmigo en el paraíso”. Los enemigos de Jesús no pudieron impedirle seguir salvando almas!

La tercera “palabra” que Jesús pronunció desde la cruz, aunque lo torturaba el dolor, fue en favor de su madre. Allí está ella, devastada, en compañía de Juan, el discípulo. Ambos están confundidos ante los acontecimientos. ¿Qué esta sucediendo? ¿Por qué permitió Jesús que lo crucificaran. sabiendo que era el Mesías? ¿Puede ser su Hijo el que ahora muere en forma tan vergonzosa, como criminal?

María recuerda que Juan el Bautista lo llamó “el Cordero de Dios”, y los samaritanos dijeron que él era “el Salvador del mundo” (S. Juan 1:29; 4:42). Ye! ángel Gabriel le había asegurado a ella, antes que el Niño naciera, que “él salvará a su pueblo de sus pecados” (S. Mateo 1:21). Jesús es la única esperanza para la salvación del mundo! Y ahora. ¿ese gran plan de salvación que Dios tiene se verá arruinado por esta tragedia indescriptible? ¡No hay otra madre en la historia que haya sufrido tal dolor!

Pero Jesús no ha perdido su dignidad real. Y habla como lo que es, el Comandante de los ejércitos celestiales Mira a su madre con tierna compasión y le dice: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”: y volviendo sus ojos hacia Juan el discípulo. agrega: “Ahí tienes a tu madre”.

Jesús. en esa hora extrema, cumplió cabalmente el quinto mandamiento. Lo vemos honrar a su madre ante el mundo. Aprecia sus cuidados amorosos, su maternidad. Y al honrarla. Jesús honró también a todas las madres del mundo. Jesús es el Amigo cariñoso de todas ellas. Cuando alguna se siente sobrecargada de trabajo o por la rebeldía de sus lujos, incapaz de proveer para sus familiares, o afligida por la tristeza y los problemas, necesita recordar cómo el moribundo Hijo de Dios proveyó para su madre; así también proveerá para ella, en la misma medida.

Es probable que no haya en todo el inundo una madre que en un momento u otro no se haya visto tentada a sentirse molesta por el desorden o la desobediencia de sus hijos. Cuando mamá trabaja y trabaja sin cesar, lavando, limpiando y cocinando, y cuando, como se da el caso con frecuencia. mamá tiene que trabajar para ganar dinero con que mantener a la familia, y cuando, además de lo dicho, mamá no tiene el apoyo del esposo, ¡oh, cuán pesada se vuelve la carga! Es entonces cuando los nervios se irritan, el espíritu se impacienta. y en lo profundo del corazón se pregunta cómo puede ser que Dios la ame si permite que todo esto le suceda. Sin embargo, es bajo estas circunstancias cuando la madre necesita repasar las tres lecciones que hemos aprendido hasta ahora, provenientes de las palabras que Jesús pronunciara en la cruz:

1) Necesita escuchar la oración que Jesús pronunció en su favor, pidiendo a Dios que perdonara sus pecados: “Padre. perdónala, porque no sabe lo que ha hecho”. Hay poder en su perdón, porque el perdón verdadero que viene de Dios tiene el poder de quitar nuestro pecado. Jesús conoce nuestra debilidad, porque él mismo la experimentó. Y nunca nos critica por nuestra debilidad, porque le es bien conocida. Madre afligida, recibe su perdón! Dale gracias por él. Busca un lugar privado, donde te puedas arrodillar sin que nadie te moleste, y dile: “Padre. perdóname por ser tan impaciente con mis hijos y mi familia; perdóname por haber descuidado tu Palabra, por olvidar mis deberes, por hacerles a los demás la vida miserable con mis quejas”. Luego, cree que hará precisamente lo que le has pedido. Entonces, él te quita del corazón la pesada carga, y ¿qué sucede? La paz del corazón que el Salvador te ha concedido. brilla en tu espíritu.

2) Ahora es el momento en que mamá debe recordar la segunda “palabra” que Jesús habló desde la cruz: “Te aseguro hoy, estarás conmigo en el paraíso”. No sólo te perdono, dice Jesús; además, purifico tu alma, te quito todo pecado que confieses y coloques en mis manos; y estoy preparando para ti un lugar en mi reino eterno.
Cuando Jesús murió en la cruz, murió por ti, aunque quizás tú no lo hayas conocido. El profeta Isaías dice que “el Señor cargó sobre él el pecado de todos nosotros” (53:6). Juan el Bautista dice que Cristo es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (5. Juan 1:29). Los samaritanos tenían razón al decir que él era “el Salvador del mundo” (S. Juan 4:42). Sí, tú formas parte del mundo; ¡por lo tanto, ya es tu Salvador! No necesitas hacer nada por tu cuenta para producir tal estado de cosas. Esto quiere decir que, si no lo resistes o rechazas, si le permites que te sostenga de la mano y no tratas de desasirte de él, te guardará y nunca te dejará perecer. Esta maravillosa salvación ya es tuya “en Cristo”.

¡Toda esta colección de buenas nuevas comprueba que Jesús es tu Amigo y Salvador! ¡Ahora, créelo! “Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:20). De aquí en adelante todas las cargas que has estado llevando, serán más livianas.

3) Finalmente, las buenas nuevas que Jesús le dio a su madre durante esa hora final de su vida, mientras colgaba de la cruz, llegan hasta ti, como llegaron a oídos de María.

Al dejarla al cuidado del “discípulo al cual Jesús amaba”, el Hijo de Dios proveyó para el futuro de su madre mejor que si le hubiera dejado un millón de dólares en una cuenta bancaria. El mayor deleite del Salvador es decirle hoy a madres, como tú, que él proveerá para el futuro. Si lo crees, esta convicción te será de gran ayuda.

Piensa también cuán grande fue para Juan y su familia la bendición de cuidar de la madre de Jesús por el resto de su vida. Ella fue, sin duda, quien le contó al discípulo la vida de Cristo con todos sus detalles. Es obvio que eso debe haberle sido de gran ayuda a Juan en su tarea de escribir el cuarto evangelio y las tres epístolas a la iglesia.

Aun en medio de sus sufrimientos, mientras colgaba de la cruz, Jesús impartió bendiciones a María, a Juan, y a nosotros. ¡Recuerda, pues, amigo o amiga de La Voz, que hoy esas bendiciones han llegado también a tu propia existencia!

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