jueves, 8 de enero de 2009

El Libro diferente

El Libro diferente

El incrédulo filósofo francés Voltaire dijo en cierta ocasión: “Fueron necesarios doce pescadores ignorantes para establecer el cristianismo, Yo mostraré que un hombre solo puede destruirlo”. Sin embargo, 25 años después de su muerte su casa fue adquirida por la Sociedad Bíblica de Ginebra y se convirtió en un depósito de Biblias.

¿Por qué no se cumplió la predicción de Voltaire? ¿Qué hace que las Escrituras prevalezcan, por encima del tiempo y los ataques? ¿Qué ofrece la Biblia al hombre de hoy?

Algunos ni sospechan de la sorprendente actualidad de la Biblia. En tiempos cuando se daban como científicas teorías que hoy nos hacen sonreír, las Escrituras revelaban conocimientos realmente de avanzada. ¿Conoce usted algunos de estos descubrimientos y la trascendencia que tienen?

Si se nos dijera --como en cierta historieta de vikingos-- que la luna es un melón enorme que crece incesantemente, y que para evitar su exceso de tamaño un cuervo glotón vuela hasta ella una vez al mes y le come unos cuantos pedazos, sonreiríamos por la ocurrencia. Sin embargo, en la historia real de la humanidad hubo teorías semejantes a ésta. Épocas cuando se creyó que la Tierra era un casquete apoyado sobre cuatro elefantes, parados a su vez sobre una gigantesca tortuga que nadaba en leche.

En el siglo VI antes de Cristo, el filósofo Anaximandro aseguraba que la Tierra tenía la forma de un cilindro cuyo diámetro era tres veces mayor que su altura, y que sólo podía ser habitada en su cara superior. Mientras tanto, Leucipo enseñaba que tenía forma de tambor: y Píndaro --el príncipe de los poetas líricos griegos-- añadía que estaba sostenida por columnas. Aun Platón. 200 años más tarde, sostenía que nuestro planeta era cúbico.

Sin embargo. las Sagradas Escrituras va hablaban de la esfericidad de la Tierra, y afirmaban, por medio de Job, que ella “cuelga. . . sobre nada” (Job 26:7). En expresiva figura, el profeta Isaías --siete siglos antes de Jesucristo-- declaró que Dios “está sentado sobre el círculo de la tierra, cuyos moradores son como langostas” (Isaías 40:22).

En la Edad Media, cuando la gente todavía creía que el aire era la nada, el burgomaestre de Magdeburgo. Otón de Gucricke, sorprendió a sus contemporáneos uniendo dos semiesferas huecas --al extraer el aire de su interior-- y separándolas luego, con sólo introducirles aire nuevamente. Al fin, con la creación del barómetro en el año 1643, Torricelli demostró que la atmósfera tenía peso. Pero la Escritura lo había declarado 3.200 años antes en labios de Job: Dios da “peso al viento” (Job 28:25).

Como es obvio, no podemos enumerar ahora todos los descubrimientos científicos que los escritores bíblicos hicieron, o más bien recibieron de Dios, antes que los hombres de ciencia. Eso sí, recordemos que éste no es el único ni el principal tesoro que hallaremos en la Biblia. Como dijera el mismo Job: “estas cosas son sólo los bordes de sus caminos” (Job 26:14).

En efecto, una de las características más sobresalientes de las Escrituras es su constante actualidad y universalidad. Como ningún otro, es el Libro contemporáneo a todas las épocas, y útil para todas las gentes. Exento de un enfoque exclusivista, no se ocupó sólo de la historia de Israel o del avance del cristianismo. Con visión internacional predijo la sucesión de los principales imperios mundiales, desde la gran Babilonia hasta la división del Imperio Romano, las actuales potencias europeas, y el surgimiento de América. Aun el caótico estado de la sociedad moderna está consignado en sus páginas con absoluta claridad.

Pero la Biblia no sólo incursiona en el destino de las naciones de todas tas épocas: es también el Libro para todas las gentes. Es la Palabra del Dios Creador y Padre del hombre. Es, pues, su carta de amor y de orientación para todos sus hijos. Usted y yo podemos esperar y aun reclamar el cumplimiento de cualquiera de las promesas que el Todopoderoso formulara a lo largo de las Escrituras. Jesús dijo: “E! cielo y la tierra pasarán. mas mis palabras no pasarán” (S. Mateo 24:35).

Una vida “nueva”, es decir sana, limpia, buena, llena de amor y de alegría es nuestra cuando aceptamos “renacer” “no de simiente corruptible. sino de incorruptible, por la Palabra de Dios, que vive y permanece para siempre” (1 S. Pedro 1:23).

Pruébelo. Acérquese confiadamente a este oasis verdadero. Beba, y saboree por sí mismo, la refrescante Palabra de Dios; De hecho, ¿puede alguien saber el gusto de una fruta sin haberla probado? Hay gente que tilda de anticuadas e impracticables las enseñanzas de la Biblia, Me pregunto, ¿la habrán leído’? ¿Habrán probado “qué gusto tiene?” Por lo demás, honestamente, ¿es aplicable el lenguaje de las Escrituras? ¿Puede el hombre de hoy hallar en ellas el consejo oportuno que busca?

L. Pita Romero contaba historias de “Papeles rotos” en un ingenioso artículo. Entre ellas comentaba el caso de un detective periodístico que había examinado los desperdicios de la casa del diplomático Henry Kissinger, con la esperanza de encontrar material de interés informativo. Como Kissinger se había indignado por esto, Pita Romero preguntaba: “¿Qué podían contener esos restos para justificar las airadas protestas del hombre de Estado?”

Hablando de otros papeles y de otro hallazgo, recientemente alguien nos contaba que había encontrado en un recipiente de residuos, un ejemplar de las Sagradas Escrituras. Aunque el volumen estaba sucio y roto, en una porción más legible el hombre alcanzó a leer lo siguiente: “El libro de esta ley nunca se apartará de tu boca: antes de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito: porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Josué 1:8).

Su asombro no tuvo límites. Este hallazgo era más que un material de información. Era lo que transformaría radicalmente su vida. Comprendiendo esto, consiguió un volumen completo de las Sagradas Escrituras, y se abocó a su estudio con especial interés.

En el regocijo de este hombre se podía leer la misma vivencia del profeta Jeremías: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón” (Jeremías 15:16). Asombrado y gozoso, nos decía: “¡Fíjense dónde fui a encontrar la felicidad: en un tarro de basura!” Parece increíble, ¿verdad?; sin embargo, así fue. Y esta vez, el Autor de los papeles hallados no se enojó; ¡al contrario!, se alegró intensamente por lo sucedido. Y no podía ser de otro modo, Aquel Autor era Dios mismo, quien había prometido en su Palabra: “Pedid, y se os dará: buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (S. Mateo 7:7).

Vale la pena probar el sabor de la promesa; acercarnos con fe a la Palabra de Dios y --por así decirlo-- comer de ella, saciar en ella el hambre y la sed de nuestras almas. Sí, el hombre de que hablábamos buscó y halló la respuesta, y usted y yo. . . también podemos hallarla.

En 1929 una singular noticia ocupaba los titulares de los diarios y la boca asombrada de los intelectuales de la época: el arqueólogo inglés Leonhard Woolley, quien desde 1920 realizaba excavaciones en la región donde se suponía que estaba la antigua ciudad de Ur, había encontrado huellas del diluvio universal.

A principios del siglo XX, quien creyera como hecho real la historia del diluvio provocaba entre los eruditos risa o lástima. Pero ahora, el asombro no tenía límites. En la que fue tierra de Abrahán, debajo de sucesivas capas en la que aparecían vestigios de muros de ladrillos, ruinas de casas, restos de objetos de adorno, vasijas, joyas, tumbas llenas de piedras preciosas, oro y plata, súbitamente, Woolley y su equipo habían dado con una capa de arcilla sedimentaria de 2,50 metros de espesor, sin mezcla alguna de reliquias humanas; y debajo de ella, nuevamente ruinas de otra ciudad.

El Dr. Woolley explicó que 2,50 metros de sedimento implica una sumersión prolongada debajo de tal profundidad de agua que no podría producirse por ninguna inundación común. Además, eran tan distintos los restos de civilización hallados debajo y por encima de la capa diluviana, que --según el Dr. Woolley-- era evidente que había habido “una interrupción repentina y tremenda en la continuidad de la historia”.

En 1947, otro hallazgo marcó época en la arqueología y en la historia del cristianismo. Fue el descubrimiento de los llamados “Rollos del Mar Muerto”, y entre ellos, un manuscrito del libro de Isaías escrito en caracteres hebreos con una ortografía propia del siglo 11 antes de Cristo. El hallazgo fue de trascendental importancia porque refutó con hechos las suposiciones de los críticos, quienes atribuían esta obra --particularmente en sus últimos capítulos-- a autores de la era cristiana.

Dice el Evangelio que Jesús, habiendo ido a la sinagoga, leyó a la congregación pasajes del libro de Isaías referentes a él, y luego dijo: “Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos” (S. Lucas 4:21). Veinte siglos después rollo de Isaías, descubierto en las cuevas de Qumram, habla de nuevo a los oídos de los hombres para asegurarnos que podemos confiar en la Biblia como el Libro de Dios.

Amigo, amiga de La Voz, el Libro diferente fue escrito pensando en ti. Es la carta de amor para cada ser humano. Es el mensaje que tu Padre Celestial te ha dirigido pan mostrarte su amor eterno y sus propósitos de vida y salvación para ti en Cristo Jesús. ¿La has leído recientemente?

Si lo haces experimentarás la promesa por la cual Jesús oró al Padre para que tú y yo la recibiéramos en amo “Santificalos en tu verdad, tu Palabra es verdad” (S. Juan17:17).

Dr. Frank González

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