jueves, 8 de enero de 2009

Sin pelo en la lengua...pero con un poquito de miel

Sin pelo en la lengua...pero con un poquito de miel

Dr. Frank González
Según estudios del psiquiatra Sandor S. Feldman. las personas que más insisten en afirmar que son veraces, por lo general son las que más libertades se toman para mentir, si así les conviene. Las estadísticas también demuestran que la veracidad no es artículo común. ¿Por qué? ¿Qué impele a la gente a mentir o a defraudar? ¿Qué ventajas ofrece la mentira y cuáles brinda la verdad? ¿Puede alguien ser constantemente veraz’? ¿Acaso la mejor parte de la prudencia no exige alguna mentirita blanca de vez en cuando? Por otra parte. hay gente que parece usar la verdad como pretexto para atropellar a los demás. ¿Se puede decir la verdad con amor?

Hace muchos años. Juan Kant --pastor y profesor de teología en la ciudad de Cracovia (Polonia)-- cruzaba un bosque. cuando fue asaltado por una banda de ladrones, armados con sables y cuchillos. Sorprendido. Kant bajó de su caballo y les dio el dinero que llevaba. “¿Nos lo ha dado todo’?”, preguntó imperativo el jefe del grupo. “Si”. contestó Kant. Y los hombres se marcharon. Sin embargo. más tarde se acordó de que en otro de sus bolsillos portaba unas monedas de oro, así que, desandando el camino, fue tras los ladrones para decirles que les había mentido, que llevaba más dinero; y les dio las monedas de oro. Pero ninguno osó tomarlas. Mirándose unos a otros, asombrados y conmovidos, le devolvieron todo lo que le habían quitado, y sólo le pidieron su bendición.

En nuestros días --y probablemente también en los de Kant-- uno encuentra pocos casos de honestidad y
veracidad semejantes. Estudios psicológicos. conducidos por investigadores de tres universidades norteamericanas, demostraron que “la falsedad y el fraude no sólo se usan con frecuencia sino que son necesarios y hasta mandatorios; y que en la conversación cotidiana, la honestidad y la veracidad, no son siempre la mejor póliza”.

Todos hemos vivido esos momentos psicológicamente incómodos cuando un amigo o amiga pide nuestra opinión sobre el nuevo calzado, pantalón, camisa, vestido, etc., que ostentan con orgullo. Cuando se trata de algo que juzgamos se sale por mucho de los linderos del buen gusto, nos vemos en aprietos. ¿Qué hacer? ¿Se exige siempre la brutal honestidad? ¿Es eso decir la verdad?

Antes de intentar una respuesta, quizá convenga definir lo que significa “mentir”. El noveno mandamiento de la ley de Dios es el mejor tutor sobre la mentira. Dice: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”. Mentir, entonces, es una alteración consciente de la verdad con intención de engañar. La intencionalidad es necesaria para que exista la mentira.

En el caso del amigo que pide nuestra opinión, recordemos el consejo de los sofistas griegos que afirmaban: “La belleza está en los ojos de quien la observa” En español decimos: “Sobre gustos no hay nada escrito”. Conviene recordar, entonces, que el “gusto” de nuestro amigo es tan válido como el nuestro. Seamos cuidadosos al emitir por la boca el juicio subjetivo de nuestros ojos.

Cuando Dios dice: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio”, significa que no debemos mentir, ni siquiera con “mentiras blancas”; ni dar impresión falsa, ni aun por una inclinación de cabeza. El falso testimonio abarca toda clase de chismes, incluso el daño que le podemos hacer a la reputación de alguien con sólo permanecer en silencio cuando está siendo acusado, si sabemos que es inocente y no lo decimos. Podemos ser “testigos falsos” con sólo callar, cuando el buen nombre de alguien está en juego.

Debemos señalar que hay gente sincera que levanta falsos testimonios sin tener idea de lo que hace. A veces son los padres quienes enseñan a sus hijos pequeños a mentir. Alguien ha dicho que “los niños no mienten nunca”. “La falsedad como práctica —decía Bertrand Russell-- es casi siempre producto del miedo. El niño a quien se eduque sin miedo, será veraz, no merced a un esfuerzo moral, sino porque nunca se le ocurrirá proceder de otro modo”. La enciclopedia Salud y Educación para la Familia aconseja que “para ayudar a un niño en el que intuimos que nos ha mentido debemos redoblar nuestra confianza en él, eliminar su miedo al castigo que, si se refuerza, actuará de catalizador para futuras mentiras”.

Lo antedicho nos hace entender mejor la oración que hiciera Jesús por sus torturadores: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (S. Lucas 23:34). Dios tiene paciencia con nuestra confusión moral, y ha prometido que su Santo Espíritu guiará a los que no saben distinguir entre el bien y el mal, de modo que aprendan a hacerlo.

En los dos últimos capítulos de la Biblia se nos advierte que “todo el que ama y hace mentira” no podrá entrar en el reino eterno (Apocalipsis 22:15). Quien no tiene su corazón reconciliado con Dios, puede “amar” los libros y filmes que cuentan mentiras, pero tan seno es practicar la mentira como lo es el hecho de amarla. Si nuestro corazón es deshonesto, ya hemos pecado mucho antes de abrir los labios para pronunciar una falsedad. “Señor. . . ¿quién morará en tu monte santo? El que. . . habla verdad en su corazón” (Salmos 15:1,2). Y Proverbios 10:18 afirma: “El que encubre el odio es de labios mentirosos; y el que propaga calumnia es necio”. En otras palabras, podemos sonreírle a alguien, palmearle la espalda, estrecharle la mano, y sin embargo sentir odio por dentro. Es muy fácil decirle “¡Buenos días!” a alguien, mientras en nuestro corazón le deseamos todo lo contrario. Propongámonos ser honestos en nuestro trato con los demás.

Pero alguien dirá: “Pero supongamos que sabemos que alguien está haciendo mal. ¿Cómo podemos ser honestos y agradables al mismo tiempo? ¿Acaso no debemos decir la verdad siempre?” No, sin antes orar por esa persona como Jesús oró por los malvados que lo estaban crucificando: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (S. Lucas 23:34). No tiene sentido reprender a otros si el amor de Cristo no mora en nuestros corazones. Pero si ese amor está presente, el Espíritu nos enseñará lo que sea a la vez una demostración de amor y de honestidad.

Hace poco, alguien compartió conmigo LOS DIEZ MANDAMIENTOS DE NUESTRA LENGUA:

No esparcirás chismes (Proverbios 18:8). Antes de contar un chisme a otra persona, sometámoslo al mismo tratamiento que un ama de casa da a una fruta al preparar un dulce; primero la pela; luego la divide en partes; a continuación le saca el corazón o las partes que no va a utilizar, y finalmente endulza con generosidad las partes que va a usar.
No pronunciarás palabras ociosas (Proverbios10:19). Tu lengua revela la calidad de tus pensamientos y de tu carácter. “El médico conoce la enfermedad del paciente al examinar su lengua —declaró Justino—, y los filósofos las enfermedades de la mente”. Y Jesús nos amonesta: “Pero sea vuestro hablar: sí, sí, no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (S. Mateo 5:37).
No te alabarás a ti mismo (Proverbios 27:2). Una persona sin valor se alaba constantemente para llamar la atención a sí misma. La persona verdaderamente grande trabaja quieta y silenciosamente, encendiendo el rayo de la luz que pueda conducir la embarcación al puerto seguro.
No dirás adulaciones (Proverbios 26:28). “La adulación --ha dicho alguien-- es como la espuma del jabón; el noventa por ciento es aire”. Esta afirmación es completamente correcta. Las palabras de los que adulan, según el salmista, cuya experiencia y sufrimientos fueron notables, son más suaves “que el aceite, más ellas son espadas desnudas” (Salmos 55:2 1).
No murmurarás (Filipenses 2:14). La medicina para esta enfermedad es llenar nuestra vida de amor y generosidad; que entren éstos por nuestros poros, y nos harán más fuertes, más compasivos, más atrayentes, más constantes, más útiles, y completamente inmunes contra las murmuraciones destructivas y las preocupaciones, las cuales, a semejanza de las termitas que destruyen las casas, arruinan el alma.
No calumniarás (Salmos 64:3) La lengua que calumnia y difama es un azote que debilita las iglesias, arroja corrientes de murmuraciones que llevan a las cortes de divorcio, llenan las cárceles de gente miserable y arrojan a las almas al reino de Satanás.
No harás burla ni escarnio a persona alguna (Job 11:3). Aprendamos a simpatizar con los demás y a dar nuestra ayuda en lugar de burlamos de los otros, no importa cuán raros o peculiares nos parezcan. Recuerda que los ángeles, bajo diferentes aspectos, visitan la tierra.
No dirás mentira (Éxodo 20:16). Un ventrílocuo pronunció la primera mentira en el jardín del Edén (Génesis 3:4). Desde ese momento en adelante la mentira se esparció como una plaga por toda la tierra. Todos aborrecen la lengua mentirosa. Los científicos han inventado una máquina para detectar la mentira, pero ésta sigue y seguirá floreciendo hasta el día final.
No blasfemarás (Éxodo 20:7). La profanación es el lenguaje oficial del reino del mal. No participes de él porque te descalificará para entrar en el reino de los cielos.
No discutas con soberbia (Oseas 7:16). Cualquiera que sea la provocación, recuerda que “el silencio es oro”, y que “la blanda respuesta quita la ira; más la palabra áspera hace subir el furor” (Proverbios 15:1).
Amigo lector, la popularidad de la mentira no la convierte en verdad. Y tampoco la justifica a los ojos de Aquel que sólo permitirá en su Presencia al que “habla verdad en su corazón” (Salmos 15:2).

La Biblia nos insta a seguir “la verdad en amor” (Efesios 4:15). Sin embargo, nadie de por sí puede seguirla así constante e imparcialmente. Se actúa por turnos sincera y falsamente; se miente, o no se dice la verdad con amor. De ahí que sólo Dios --cuya naturaleza es amor y verdad-puede concedemos tales atributos. Y esta es la promesa que nos hace: “pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré. . que guardáis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:27).

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